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A la cumbia no le asusto yo.

Alberto Salazar

Alberto Salazar

Mediodía: la hora de la cumbia en Ciudad de México.

Desconocido vecino. Conductores de camión. Estudiantes rumbo a la escuela. Oficinistas en grupo. Señoras de la tercera edad. Niñas sentadas con un ipod en sus manos. El mecánico saboreando  un taco dorado. ¡Todos!  No puedo dejar de asombrarme: ¡Todos!  ¡Están escuchando cumbia!

¿Quién está aullando de esa manera? Mediodía y es Celso Piña, La Sonora Dinamita, Grupo Cañaveral y otros más. Cientos de notas musicales se desprenden de estéreos sin saber su destino, pero caen, no tienen opción: nadie baja el volumen, nadie los calla.  Y caen para alegría del río de cabezas que caminan, corren, manejan en esta grande, histórica y moderna ciudad.  Abres los ojos, amanece, parpadeas, es mediodía y llueve, los cierras es de noche y hace sol. Las cosas cambian pero la cumbia siempre está ahí. Su sonido permea los altos edificios de cristal, el viento helado que mantiene los pies en un entumecimiento continuo, lleva y trae sus nota fusionadas con el acordeón y el timbal, o el sol gris de la una de la tarde- sarcástico como una broma pesada, que para nada escasean en este país-se opaca aún más ante la victoria de su cadencia musical. Ha ganado la cumbia y ella consuela, ayuda a vivir, devuelve el valor y hace sonreír. Pero a mí no me gusta la cumbia como género musical. Y para un mexicano la cumbia es Colombia. Pero no aquella de “Yo me llamo cumbia, yo soy la reina por donde voy, no hay una cadera que se esté quieta por donde voy…” interpretada por La Negra Grande de Colombia. ¡No!  Hablo de la cumbia tropical, de la cumbia sonidera, de la cumbia vallenata, de la cumbia pop. Y no se quien queda más asombrado, si yo ante la imagen de tanta fiesta en la que la cumbia es bailada por todos sin distinción- claro, menos por mí, que no entiendo esa cantidad de vueltas, entrecruces de manos, brazos caídos, saltos cortos para tocarse la suela del zapato-. O mi vecino mexicano que con la boca abierta no alcanza a comprender mi “ Sumerced es que no sé quién es Celso Piña”

Mi ignorancia es un sacrilegio. Celso Piña es el gran referente de la cumbia colombiana en este país. Y según leo en “Papá Google “y confirmo en “mamá Wikipedia” ni es colombiano; nació en Monterrey. ¿A quién Creerle?

Nunca me ha gustado la cumbia. Pudiera ser por haber sido criado en la soterrada sociedad bumanguesa que me inculcó que el ritmo solo podría gustar a aquellos que para la mitad de la década de los ochentas contaban al menos con 25 años de edad y más( criados bajo la sombra musical de Pastor López o Rodolfo Aicardi) ; o para los trabajadores de la fábrica de zapatos de mi familia; o los chicos de las escuelas públicas, o para Claudia, la genial simpática y ejemplar empleada del servicio de mi casa que movía la escoba al grito de: “ esos dos ojitos lindos y hechiceros, mira que parecen dos luceros, mira que parecen dos luceros  esos dos ojitos hechiceros… dun dun dun”.

Cuando años más tarde regresé a Bogotá, la ciudad de mi primera infancia, a trabajar, la cumbia era sinónimo de la “Señorita Laura”, de las polladas y de los cientos de bailes que terminaban- según se leía en el diario amarillista el Espacio- con acuchillados y muertos.

Pero el destino me trajo hace diez meses a México y ahora caminando por la ciudad, parado en frente de una taberna del centro, entretenido en Reforma, esquivando el adoquinado de Coyoacan, comiendo una torta en la Agrícola Oriental o absorto frente al Auditorio Nacional, veo caer la tarde tan dorada como lo fue la mañana, como lo fue el pleno día y sigo escuchando la cumbia que representa a mi país. E imaginativo y moldeado por la historia y la literatura, se me ocurre intentar instalarme en la mente de quienes me han recibido sin hacerme sentir extranjero y en la mente de mis compatriotas tan  diferentes a lo que soy yo- no mejor, no peor, solo diferentes- y salto las barreras que tontamente he creado dentro de mí. Y sigue sin gustarme la cumbia, como jamás me gustará el reguetón, o la música de Cristian  Castro, pero ahora sé que la cumbia es simplemente música: “un arreglo perfecto en un universo de sonidos” Y son estos sonidos los que le hacen olvidar al que pregunta por Colombia por el narcotráfico, por la guerrilla, por los paramilitares, por la extrema derecha, por los muertos de la izquierda, por la violencia. Los mexicanos claman para que les hable de este ritmo, que les certifiqué su saber y su ciencia, que confirme que ellos son sus legítimos discípulos. Y me siento contento den sus preguntas y me apena mi ignorancia. Acá de tanto en tanto hay noticias de apartamenteros, de bandas dedicadas al menudeo de droga, de secuestradores, todos colombianos; pero gracias a la cumbia conocen otra cara del  país; una que brilla al lado de un ilustre ganador del premio nobel y una cantante que mueve sus caderas. Y es la cumbia la que está haciendo iluminar a tanto residente colombiano que maneja taxi, que trabaja en la televisión, que tiene un centro de yoga, que es periodista, que maneja una librería. Y comienzo a sentir que la letra y el sonido de la cumbia es un testimonio real de una Colombia tal y como hubiésemos podido soñarla y que el extranjero que la oye cree en ese orden divino hasta que cesa la música.♦

 

Alberto Salazar Castellanos

México, DF. Marzo 27 2014

 

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