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El otro Jorge Barón

Roberto Salazar

Roberto Salazar

 

¿Que qué? ¿Jorge Barón?

No, no quiero hablar del grande, de George, el del Show de las Estrellas, el grotesco personaje del kitsch sabatino que acompañó mi infancia contra mi voluntad, así como tantas cosas en Colombia se le pegan a uno en despecho de todo: chicles por las calles, excrementos de perro, volantes politiqueros o parapolitiqueros. No. No el muñeco de trapo, no el José Gabriel de las clases populares —y me pregunto si a él, a George, también le darán algún día una embajada. Porque, valga la pena decirlo, el folclor guapachoso de George Barón representa mucho mejor a Colombia que las babosadas de aquel viejo lagarto, de aquel experto paracaídista de cocteles, montaña rusa excepcional, cachacísimo rolo-coaster. No, a él no.

Esta primera columna, pura interferencia, se la dedico al otro Jorge Barón, a Jorge Barón Biza.

http://missvera.files.wordpress.com/2010/02/baron.jpg

No. No Ibiza. Porque no se trata de las fiestas de jóvenes alcohólicos en las islas del mediterráneo, no del vómito en las horas más negras de las madrugadas baleares, no la violación estruendosa de los conticinios isleños, aislados. No. Aunque fiestas hay en Jorge Barón Biza, violentas y grotescas también, pero distintas, de naturaleza grotesca y retorcida, pero hermosas. Nada tiene que ver este hombre con el Show de Shows, colombiano o europeo. Porque no es europeo. Ni colombiano.

Jorge Barón Ibiza. El otro. El argentino. El alcohólico, sí, eso sí. El argentino que vivió en Europa. El del padre suicida. El de la madre suicida. El de la hermana suicida. El suicida.

Jorge Barón Biza alimentó con su historia familiar los anales del amarillismo argentino, desde aquel domingo de 1964 en que su padre transformó un divorcio en el final sangriento de una obra isabelina, hasta la tarde o la mañana en que él, Jorge, decidió ponerle un punto final a la farsa y dio un brinco por la ventana, para ir a dar de bruces contra el pavimento, a librarse de sus jugos en plena avenida. Su cuerpo todavía despedía ese tufo que tienen los alcohólicos a los que no les ha quedado más remedio.

Pero antes de morir nos dejó una venganza. Como su vida parecía una serie de accidentes repetidos, forjados por un destino latinoamericano a la vez burlesco y atroz, como su padre, Raúl Barón Biza (de quien nos ha hablado Vila-Matas en textos diversos), Jorge se volvió escritor.

Su padre había sido uno de esos locos literatos, autores de pésima literatura, que terminaron transformando su propia vida en una caricatura espeluznante. Ese último rostro deforme fue lo que llevó a su hijo a la escritura de un libro único, como bien dice Pauls, uno que solo él habría podido escribir.

Así fue: oriundo de Buenos Aires, hijo de millonarios latifundistas, político radical y traidor, Raúl, padre de Jorge, conoció el exilio, la cárcel y el infortunio de manera casi fatal, antes y después de haber conocido el amor. Su primera esposa, también una de las primeras mujeres piloto de Argentina, murió en un accidente de avión, primera muestra de la maldición de una familia, que solo mantendría con la realidad, de ese día en adelante, una relación conflictiva.

Cuando en 1935 conoció a su segunda esposa, Rosa Clotilde Sabattini, hija del líder radical, amigo de Barón Biza, Amadeo Sabatinni, no podía saber o siquiera presentir que, en 1964, tras más de treinta años de matrimonio infeliz, él mismo la desfiguraría tirándole un vaso de ácido sulfúrico, de vitriol, en su juvenil rostro (porque Raúl le llevaba a Rosa Clotilde unos veinte años).

Mientras llevaban a Rosa al hospital, Raúl regresaba en silencio a su habitación, se instalaba cómodamente en su cama, y se volaba los sesos apretando el gatillo de su 38.

II

 

VITRIOLUM: Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies OccultumLapidem Veram Medicinam
Inscripción en la tumba de Christian Rosenkranz

http://laccoudoir.com/wp-content/uploads/2011/08/Desert-et-semence-Jorge-Baron-Biza.jpg

De todo eso nos habla su hijo, Jorge Barón Biza, el otro Jorge Barón, en su una única novela, El desierto y la semilla que ha recibido elogios unánimes por parte de Alan Pauls, de Alejandro Zambra, de Enrique Vila-Matas. El desierto y la semilla es una novela terrible y poderosa, profundamente argentina, cargada de una intensidad donde la escritura elegante, rigurosa, linda con la atrocidad. Nos recuerda parcialmente a Sábato y a Gombrowicz. Jorge Barón Biza parco como en el quirófano un cirujano destaza a un monstruo tentacular. La novela habla por sí misma:

Durante las primeras semanas, nada fue estable en su carne. Mientras algunos sectores de su cara se vaciaban, otros se hinchaban como frutos inciertos que parecían nacer maduros, prometiendo algún jugo succionado de los vacíos cavernosos que se empezaban a abrir cerca de esos extraños florecimientos.

El personaje-narrador de su novela acompaña a Eligia, alter ego la madre, después de su accidente, hasta Milán, donde una camarilla de horribles cirujanos plásticos utilizan su rostro como terreno experimental. Pero no se trata de una confesión. El narrador reconoce, en una de sus macabras descripciones de los rasgos de Eligia, carcomidos, derruidos por el ácido sulfúrico, el vitriol, que llegados hasta tal punto,ya ni la lengua, ni la escritura nos sirven de consuelo:

La transformación de la carne en roca tapó los colores brillantes. Comprendí que, para mí, había terminado la ilusión de las metáforas. El ataque de Arón convertía todo el cuerpo de Eligia en una sola negación, sobre la que no era fácil construir sentidos figurados. La fertilidad del caos la abandonó. Solo con el transcurso de los meses pude comprender esto en su acepción completa, y más adelante supe cómo la imposibilidad de ver metáforas en su carne se convertía para mí en imposibilidad de pensar metáforas para mis sentimientos.

L'avvocato (Milano-coll.priv.)

El rostro, la reconstrucción, la cirugía. Las superficialidades, la espiritualidad de la carne, la carnalidad total que nos tranmiten también algunas películas de Cronenberg. Pero lo más atroz de este libro es la tranquilidad del narrador alcoholizado, un borracho sin alegrías, esa pesadez de yunque que se siente cuando la vida, por atroz, está más allá de lo trágico, de la frontera que invita a la melancolía o a la conmemoración, cuando ya no nos queda más que un sollozo para reconocer que no valía la pena nacer, si era para ese chorro de babas y de sangre.

http://guywhotypes.files.wordpress.com/2011/03/existenz-restaurant.jpeg%3Fw%3D590%26h%3D305

El narrador de la novela atraviesa los paisajes hostiles de Milán, donde también se esconde por ese entonces el cadáver de Eva Perón, robado por la Junta Militar y depositado en una cripta italiana con otro nombre; el alter ego de Barón Biza recorre Italia de norte a sur todas las noches mientras su madre se recupera en Suiza, al cabo de más de dos años de operaciones quirúrgicas, su piel hecha colgajos, pedazos de hueso y cartílago, carne por añadidura, una colcha de retazos como un cuadro de Archimboldo. Pero un día, el pedante cirujano decide que ya no es necesario seguir operando, que la perfección yace en lo incompleto, en lo experimental de su figura deforme. Eligia y su hijo vuelven a Argentina. Poco después la madre abre la ventana de su habitación y se lanza al vacío. Entonces qué remedio, qué le va a hacer nuestro narrador. Las operaciones de la madre, el odio descontrolado de su padre, la verosímil necesidad de haber tenido un destino tan singular, tan único que solo puede compararse a un decreto del destino, a una tragedia griega de cuando los dioses han muerto, lo llevan a rendirse ante la fatalidad de las cosas, del maktub, de lo escrito y termina haciendo esa novela. Solo nos deja su obra solitaria como la botella de un náufrago suicida, en nuestro mar de inercia, y un extrañ ex-voto que no es nada, que no está redactado para nadie, y que reza sin rezarle a divinidad alguna, cuando todo se agota y solo queda la tinta, cuando la carne putrescible y el hueso fosilizado se extinguen vertiéndose en vetas de petróleos fúnebres:

Tarde o emprano yo también seré solo un texto; no me queda mucho más por hacer. Escribo estas líneas, y ese frágil impulso de nacerlo es todo lo que todavía puede llamarse, para mí, “vida” o “acción” o “posibilidades”.

III

Nota autobiográfica del otro Jorge Barón

Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad.

Por lo demás, nací en 1942, me formé en colegios, bares, redacciones, manicomios y museos de Buenos Aires, Friburgo del Sarine, Rosario, Villa María, La Falda, Montevideo, Milán y Nueva York. Leí Mann, traduje Proust. Viví treinta años de mi trabajo como corrector, negro, periodista (desde publicaciones de sanatorios psiquiátricos hasta revistas de alta sociedad) y crítico de arte.

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