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El camino que conduce al atelaje

calumnista

“Tan antiguo como el oficio de escribir la historia es el de falsearla y tergiversarla, siempre en defensa y en beneficio de unos intereses muy precisos y de quienes lo representan”

Ayer terminé de leer por  segunda vez vez el libro de Alfredo Iriarte Lo que lengua mortal decir no pudo y lo hice lentamente, con la lentitud que impone la vida tumultuosa de las ciudades inmensas como el Distrito Federal. Allá en Bucaramanga(mi ciudad natal) hace más de cinco años lo leí con asombro y hoy, releyendo página a página, con interrupciones irregulares, me encuentro de frente con un hombre que si siguiera vivo(1932-2002, Colombia) en esta época turbulenta seria calificado de subversivo.

En una prosa agradable,  rebuscada en algunos casos, o muy culta en el decir de entendidos, el señor Iriarte nos devela de manera serena las mentiras de la historia oficial y  los complejos arribistas que la enmarcan. Al finalizar sus 268 páginas se tiene la sensación de haber vivido en otro mundo. Aquel idealizado en los libros de historia que nos enseñan a aprender de memoria en los años de colegio. Un mundo donde se han alterado de manera premeditada ciertos acontecimientos para convertirlos en dogmas sagrados conforme a intereses mercantiles, políticos  y sociales de  reducidos grupos de poder. Un mundo asordinado por la falsedad de una voz que no es la de pueblo que vivió en carne propia los acontecimientos que describe. Alfredo Iriarte denuncia con elegante humor los errores y pecados de un pasado, que parece se han agravado en los últimos años, y que en buena parte explican la desorientación política como nación y nuestra pobreza cultural como pueblo de todos los que conformamos la América mestiza.

Tantas verdades por subrayar se topa uno al adentrarse en este libro. Un descubrimiento y colonización por parte de una monarquía inepta, una nobleza holgazana, un clero prepotente y un pueblo fanático, reunidos todos en un país que por siglos marchó a contrapelo del desarrollo de sus vecinos europeos y  en plena segunda década del siglo XXI su rey aún está empeñado en cazar elefantes, dan cuenta del bajo nivel mental de nuestros “descubridores”; la bondad de los recién llegados no llegó con ellos y todo lo destruyeron a su paso. Vinieron a enriquecerse en las Indias y devolverse a su país pero debieron resignarse a quedarse por cuanto no era tanto el oro que se suponía había en este continente mágico y fabulador y desilusionados vivieron con sus propios fantasmas en un ayuntamiento con una raza indígena convertida  en siervos sin tierras.

La gesta de la independencia no escapa a la pluma mordaz del señor Iriarte. Como no entristecernos si al llamado padre de la nación, libertador de cinco países,encontró en los planes de estudio “el origen de todos los males y vicios que aquejan a los jóvenes de la patria”. Cualquier parecido con las iniquidades actuales para batallar contra los movimientos juveniles es mera coincidencia. Y a los demás héroes de tan gloriosa época solo les interesaba, a excepción de algunos como José María Carbonell, participar de privilegios y honores económicos siguiendo leales y sumiso a la corona.

Para ellos “los naturales conquistados y sujetos hoy al dominio de su Majestad, son muy poco o son nada en comparación con los hijos de europeos que hoy pueblan estas ricas posesiones”.

El mito de la muerte sublime y hermosa de Antonio Ricaurte. Un sacrificio oficializado. Una quimera. Simón Bolívar lo desmiente en este libro. Su autor simplemente se remite a las propias palabras del libertador en un libro confesional escrito por su edecán  francés: El diario de Bucaramanga. Cabe señalar, otro libro “prohibido”; fuera de los cánones oficiales de estudio.

Él también cronista, nos habla de aquel presidente que propuso anexar a la patria al coloso del norte. O ese otro que propuso vender 75 millones de acres del territorio a empresas extranjeras. O del ascenso a director de la policía nacional del  señor Carlos Cortés Vargas, el pacificador de las bananeras; aquel abanderado patriota que no tuvo remordimiento en acabar con la justa reclamación de los trabajadores matándolos. Para la inmensa mayoría de ciudadanos corrientes, el número de muertos de aquella matanza es el dado por García Márquez en Cien años de soledad. El oficialismo lo desmiente.

En ese estilo  directo, Iriarte nos adentra en otros acontecimientos de la América. Descubrimos la verdad tras bambalinas de la Revolución mexicana,el calvario de Centroamérica, Bolivia y Paraguay, la guerra atroz del Chaco y los dictadores tan terribles como el calor del trópico: Juan Vicente Gómez, los Somoza y el generalísimo Trujillo.

El último capítulo es un homenaje al libro “El otoño del patriarca”. Un libro atacado por las sombras sacrosantas de la academia y considerado en su momento vacuo, caótico, pedante y mal escrito. Y hoy asombra por su meridiana claridad, la certidumbre de su mensaje y su insoslayable contemporaneidad.

El libro de Alfredo Iriarte nos deja a pie. Pero a las personas y a los pueblos les hace provecho este ejercicio. La lectura de este libro nos encamina a nueva historia y a una nueva vida. Una lección que debemos aprender.♦

Alberto Salazar Castellanos

@laporciuncula1

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