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Tecnocrácia de las Artes y la Educación. Una breve reflexión sobre democrácia.

Una práctica cultural muy difundida (hasta tal punto de considerársele incuestionable) durante aproximadamente los cuatro últimos siglos en occidente es ésta en la que hay una persona o un grupo de personas que tiene algún tipo de experiencia artística de corte teatral, musical, cinematográfico, pictórico, literario etc., en la que desempeña un rol pasivo de hacer silencio y contemplar aquello que otros hacen, además de pagar por recibir éste servicio (rasgo distintivo). Me refiero a la figura del público.   Y aquí se puede determinar el rol complementario (u otros roles derivados de éste) que es el del artista, sea este dramaturgo, actor, bailarín, compositor, intérprete musical, libretista, director de cine, pintor, escritor, etc. que es quien vende el servicio.    Con estos roles tan claramente definidos, surge la posibilidad de la especialización.    Aquí, el artista trabaja aislado del mundo para crear una obra artística que luego será llevada al público.    Sin embargo, en la actualidad es muy común encontrarse con expresiones artísticas en las que el público no suele pagar; conciertos, obras de teatro, ballet, exposiciones y demás, que no requieren inversión de tipo económico por parte del espectador.    Es inevitable, después de ponerlo en estos términos, preguntarse si, al no haber una transacción financiera, vale la pena seguir pensando en seguir creando un arte especializado: ¿deberíamos seguir creando un arte para un público si éste no desempeña su función distintiva? ¿no se podría pensar en disponer los roles de maneras alternativas?

“La democracia es un camino” dice Estanislao Zuleta (1).    Sin embargo, desde sus orígenes en la antigua Grecia, se ha demostrado que la palabra “democracia” ha descrito muchas prácticas del ejercicio del poder (2), en las que éste se ha distribuido en diversos roles mediante los cuales los miembros de la sociedad han participado de ese poder (en mayor o menor medida cada uno de éstos).    La clase burguesa, en el desarrollo de una democracia liberal, se ha encargado en muchos casos de promover cierto aburrimiento y/o ignorancia en la ciudadanía sobre los asuntos de la administración de lo público, lo que ha permitido que surja una clase dirigente a la que se le ha delegado el manejo de los asuntos públicos sin que haya un control riguroso sobre sus acciones por parte del público.    Son ellos los que se arrogan la capacidad de manejar aquello que nos pertenece a todos bajo una premisa de que el político sabe tanto de política como el médico de un cuerpo enfermo (3).

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Aquí podríamos establecer un paralelo entre el arte especializado que crea el artista para el público y la tecnocrácia: el arte de los que saben hacer arte y la política de los que saben hacer política. Ambas cosas se pueden ver como reflejo de la cultura del consumo: “yo te pago para que tú hagas tu arte y me lo muestres” o “yo voto por ti para que tú hagas política por mí”. Sobre esto, dice Zuleta, que la producción de la cultura y no solo su consumo son un aspecto trascendental en la participación y conquista de la democracia(4).

Y es aquí en donde las experiencias en las que el artista busca que el público participe en la creación de la obra toman relevancia. El teatro vivo, las instalaciones sonoras, movilizaciones de arte colectivo, seriados en la web en las que la audiencia es la que escoge el desarrollo del argumento de un episodio, y otras, son algunas de las formas que toman las artes que pretenden replantear, bien sea las funciones que desempeñan quienes intervienen en el arte desde los roles convencionales o sea los mismos roles los que se vean cuestionados. Esta cultura emergente de las artes; una democracia en la que un aspecto importante sea que el público sea activo, tome decisiones, que se interese, que asuma corresponsabilidades. El consumo puede generar producción cultural, pero también es cierto que el rol de consumidor puede ser tan complacientemente cómodo a tal punto de que no interese más que seguir consumiendo cáscaras vaciadas en forma de arte o democracia.    Ni hablar de la educación pública para un país del tercer mundo como Colombia.     Un modelo predominantemente consumista de ideas y conocimientos es el que se le ofrece al estudiante: “lee a tal autor y cítalo”, “haz lo que tu profesor te dicta”, “no difieras, tan solo obedece”. Aquí también se expresa una noción de democracia en la que el profesor es el que sabe y lo que debe hacer el estudiante, considerado una especia de saco vacío, es obedecerle al maestro para así lograr un óptimo aprendizaje.    Tal vez buscar lugares menos cargados de roles que no pongan al profesor como el poseedor del conocimiento y a los estudiantes como sacos vacíos puede ayudar a generar otro de interacción en la que la participación por parte de la comunidad académica sea mayor y así lograr una democracia de miembros más activos, sobre todo por parte de los estudiantes (5), que ha venido tomando más y más fuerza durante las últimas cinco décadas, demuestra un cambio en la noción del manejo del poder, un conjunto de nuevas maneras de participar del ejercicio de ese poder: nuevas formas de democracia. De la misma manera, hay quienes se cuestionan sobre la arquitectura que deberían tener las instituciones educativas pensando en alcanzar utopías democráticas de equidad en los diálogos y participación igualitaria.    La educación institucional tampoco ha sido ajena a este tipo de inquietudes, que se han concretado en variados modelos que llaman “educación alternativa”.
He aquí, pues, dos formas contrastadas entre sí -de las muchas que hay y puede haber- de ejercer modelos de democracia presentes en las artes y en la educación♦.

1 ZULETA, Estanislao: “Democracia y participación” en “Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos”. Altamir Ediciones Ltda., Bogotá. Año 1991. P. 227.

2 Podría incluso hablarse de democracias.

3 MONEDERO, Juan Carlos: “Curso urgente de política para gente decente”. Seix Barral, Barcelona. Año 2013. P. 108.

4 ZULETA, Estanislao: “Democracia y participación” en “Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos”. Altamir Ediciones Ltda., Bogotá. Año 1991. P. 228.

5 LADDAGA, Reinaldo: “Estética de la emergencia”. Adriana Hidalgo editora S.A., Buenos Aires. Año 2006. P. 7.

Lista de referencias:

Laddaga, R. (2006), Estética de la emergencia. Adriana Hidalgo editores S.A. Buenos Aires.
Monedero, J. C. (2013), Curso urgente de política para gente decente. Seix Barral. Barcelona.
Zuleta, E. (1991), Colombia: violencia, democracia y derechos humanos. Altamir Ediciones Ltda. Bogotá.

Artículo escrito por Diego Rojas.

 

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