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Un Guante Impersonal

Un guante impersonal

Se aproxima una mano blanca, artificialmente blanca, que no se sabe si es humana o si está recubierta de algún material semejante a la piel humana. A este tipo de manos les gusta apresar todo aquello que se muestra vulnerable y pasivo, todo aquello que da entrada libre a cualquier tipo de amo. No se puede saber si es una mano humana; lo que la recubre no es piel, sólo con verla se puede sospechar sobre su falta de naturalidad, sólo viéndola surge la pregunta de si es de piel u otra cosa. Si se toca esa cosa blanca  que recubre la mano, no sentimos suavidad, no sentimos calor, no sentimos arrugas, no sentimos alguna asperidad, ningún brote de humedad en la mano. Y si olemos la mano, no vamos a pensar en un humano porque la neutralidad del olor no va a semejarse a humanidad. ¿Qué es esa mano fría? Detrás de esa superficie blanca, detrás de la sequedad de esta mano, hay una larga historia, hay miles de acuerdos y desacuerdos, miles de discusiones, de intelectuales, de sabios y científicos discutiendo. Detrás de este guante escueto hay una larga trayectoria de debates, la que han atravesado aquellos que piensan más con el hemisferio izquierdo del cerebro, que con el derecho.

Pero hay que ser más precisos aún para conocer el carácter de esta mano. El guante blanco, el  guante cauto, el guante que no conoce sino su sola verdad y la de nadie más, se dirige a lo que va a agarrar y tratar, de modo muy reglamentado, bajo los lineamientos de unas reglas bien precisas, exactas, específicas y serias. Las normas que mueven a esta mano no dan libertad, están estrictamente calculadas. La mano ha renunciado a su espontaneidad y tampoco permite la espontaneidad de lo que quiere coger. La mano tiene un propósito claro y preciso, quiere imponer su cuadrícula a algo puramente orgánico y fluido.

¿Cómo se puede relacionar el blanco del guante que pretende saberlo todo, con un cuerpo de fluidos que aparentemente no saben nada; que fluyen a su propio antojo, que no obedecen sino a su propia voluntad y veracidad? Estos fluidos que hacen lo que quieren y que no obedecen sino a la ley de su propio misterio, inexplicable para el hombre, asustan a algunos; a algunos hacen desmayar con sólo mirarlos,  a unos excita, a otros obsesiona o simplemente atrae de modo académico. Entonces ¿cómo encuadrar aquello que se contenta con ser sí mismo y que no necesita de nada más, dentro de los lineamientos neuróticos del guante blanco e impersonal? ¿cómo el blanco de origen científico y frío puede imponerle algo al rojo caliente que fluye por las venas?

Además, no sólo el guante se aproxima al cuerpo que quiere manejar, sino que viene acompañado de exactitud, de un aparato plateado con un filo que corta con precisión. La mano sin guante blanco no sabe nada, es impotente, se vuelve natural, pero con guante y con bisturí, se convierte en el aparato perfecto para intervenir y perfeccionar. Con dos elementos bien perfectos y objetivos, el guante y el bisturí, sacados del baúl de los científicos, una mano ordinaria, llena de arrugas y calores, queda bien presentada, preparada para llevar a cabo su tarea.

El cuerpo manchado y abierto, lleno de instinto por todos lados, ahora va a adentrarse en el proceso de disección. Los fluidos corren para un lado y para el otro porque el pensamiento del bisturí ha interrumpido su propio fluir y su propio ser. Desde el pensamiento exacto del guante amigo del bisturí, la mano queda sometida a la neutralidad y al robotismo de la mente matemática, que tiene la capacidad de volver cuadrado lo que es redondo por naturaleza. Y ¿Cómo vamos a cuestionar la belleza de una forma cuadrada sobre la belleza de una forma redonda? Es más fácil medir un cuadrado, más fácil calcular el volumen que ocupa, además un círculo es infinito, no tiene principio ni fin, cada punto que lo compone guarda la misma distancia en relación a su propio centro. Es mejor cambiar los círculos por los cuadrados, y así todo se puede calcular y predecir.

El cuerpo lleno de protuberancias yace sobre la camilla. El bisturí con exactitud va sacando lo  que “sobra” y lo va desechando. Así es como lo antiestético queda de lado, y el bisturí va cortando verticalmente de modo calculado. Así van saliendo arrugas, imperfecciones y piel sobrante. Sin embargo, la relación entre guante, bisturí y vísceras, no ha terminado de definirse. El bisturí es tan impersonal como su textura y su color y no tiene más propósito que interferir para modificar, quiere inculcar su frialdad y su razón en un cuerpo caliente, con vida propia.  La sequedad del bisturí oscurece la humedad viva de la sangre. La sangre se siente escindida, separada de sí misma cuando el bisturí la atraviesa, su unidad se ve perdida. La unidad del cuerpo imperfecto se ve perdida, su legitimidad también.

Esta situación representa la misma de los círculos y los cuadrados. Estos últimos son como el guante que impone su autoridad, y los primeros son como la sangre que fluye por sí misma, sin ningún cacique al mando. El cuerpo de fluidos, lleno de arrugas, texturas y climas es como un círculo, todas sus partes se interrelacionan fluidamente. Cuando este fluir se interfiere, al cuerpo le sucede lo mismo que le pasan a los círculos cuando se les forza a ser cuadrados. Luego de esta larga discusión, entre el cuerpo pasivo y la razón en forma de guante y cuchillo como jefes patriarcas, el cuerpo queda metido en un molde, queda delimitado por la forma de una idealización. Y las idealizaciones suelen tener forma de cuadrado.

Ahora la sangre está agotada de soportar la disección del bisturí y es hora de que la autoridad de la mano empiece su descenso. El bisturí ha terminado su trabajo, ya ha dejado atrás todo rasgo de circularidad en el flujo de la sangre. Hasta ahora, el guante junto con la mamo, han culminado el trabajo en compañía del bisturí, sólo hace falta re-unir la forma del cuerpo. El bisturí ya puede reposar sobre la pequeña mesa conjunta a la camilla, y la mano debe agarrar el instrumento que culmina la obra. Con un hilo bien justo, la mano se dispone a encerrar toda la masa roja por detrás de la piel, de tal modo que el cuerpo recobre por fuera su apariencia original.

Finalmente, ese cuerpo modificado, ahora fabricado, se para de la camilla y sale caminando sobre el piso ajedrezado del quirófano. Y a cada paso entre los blancos y negros de la cuadrícula, cada pie se siente en su sitio adecuado. El paso que da cada pie, de una ranura del suelo, a la siguiente,  está bien delimitada dentro de un tiempo exacto y preciso, no puede salirse de esa horma del tiempo. El cuerpo ya no tiene el consentimiento de su flujo circular, sus tiempos ya no son los suyos, han dejado de ser impredecibles, ahora sus tiempos han sido interferidos por la cuadricula del guante, cómplice del bisturí.♦

Ana Marcela Osorio es Estudiante de filosofía en la Universidad Javeriana y nueva columnista de Interference Channel desde esta edición.

No Responses to “Un Guante Impersonal

  • Nicolás Ureta Escobar
    9 years ago

    Esto está de pelos, Annie!!! Felicitaciones por tu primera publicación!!!