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Edición lo Común

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Al proyecto de diplomacia cultural de Arco Colombia 2015 llegaron dos clases de viajeros: los de tiquete financiado y los que pagaron con su dinero. Entre todos ellos, hubo quienes se dedicaron a hacer cuatro cosas: nada, sacarse fotos, tratar de salir en las fotos de otros y, si había tiempo, vender. Junto a estos, muy pocos decidieron trabajar. Estos fueron quienes mejor aprovecharon el viaje.

Edinson Quiñones y John Castañeda llegaron a Madrid con su dinero, sin resolver asuntos como el alojamiento o la movilidad y sin la expectativa de participar en exposiciones montadas a punta de comunicados megalomaníacos o mentirosos. Más bien, querían intervenir en el contexto político – cultural que se activó alrededor de la feria de arte de una ciudad que no dejó de agradecer el regalo sin saber qué se desposeyó aquí (1).

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Su estrategia siguió dos etapas. En primer lugar, se ubicaron en un lugar residual dentro del recorrido de la feria (una de las paredes laterales del stand de la Galería Valenzuela Klenner, situada entre el recorrido oficial y la trastienda del recinto ferial de Ifema, en contraposición a las reglas que imponía el evento a las galerías presentes, que solo permitía la participación de dos artistas por entidad (2)). Allí consolidaron un espacio estratégico para relacionarse con el mayor número posible de visitantes (3). Esa interacción les fue preparando para cumplir con la segunda parte del proyecto: introducirse en el recorrido programado por la oficina de la presidencia de la república en Arco.

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Por supuesto que el presidente no los determinó (pero su hijo sí). Por su puesto que les robaron un elemento del proyecto. Por supuesto que su trabajo no reiteraba la campaña de propaganda consensuada de un amplio número de obras “menos problemáticas”. Y por supuesto que la tensión de esta obra debía resolverse (como siempre en Colombia) por intermediación de un político: mientras la comitiva presidencial erraba por el recinto de Ifema, un paisano de Quiñones y Castañeda, un ministro de los que vivirían en la parte blanca del departamento del Cauca de Paloma Valencia, les saludó. Recibió con prevención creciente los comentarios que le hacía Quiñones, actuó como si le escuchara o si le entendiera o si no se diera cuenta de que estaba en medio de un proceso de inserción y salió disparado de ahí. Como un tatuco.

Sin calcular el mismo efecto mediático que buscaron muchos de sus colegas, Quiñones y Castañeda fueron a esa fiesta para tratar de mostrar una capa del conflicto local, hablar de campesinos asesinados, complejizar la noción de postconflicto en la región de donde proceden y, en últimas, agitar un poco el aburrido paisaje de entidades culturales especializadas en arte contemporáneo colombiano aburrido.

Y sí, habría que evaluar si tuvieron éxito o no. Si el paseo sólo les sirvió para llegar endeudados. O si abarcaron más de lo que podían contener. Pero lo hicieron, sacaron registros y ahora los presentan. Éstos se pueden ver como componentes de una investigación de sociología cultural, de etnografía del campo artístico colombiano o de psicología del arribismo. Son, en parte, manifestaciones de esa actitud feliz que ahora caracteriza a quienes trabajamos con arte. Y, por esa vía, se han convertido en documentos apócrifos de la travesía donde más o menos todo artista y curador localizado en el stablishment colombiano tuvo que ver.

Bienvenidos todos!

Notas

  1. – La inversión en recursos, para trasladar a tanto artista subsidiado, pagar el diseño de materiales, impresiones, alquilar stands, apoyar intervenciones invisibles en locaciones como Espacio Trapezio, organizar ruedas de prensa y meter por donde fuera a Óscar Murillo, desfinanció proyectos mucho más valiosos, eficaces e interesantes como los Salones Regionales de Artistas.
  2. – Por este acto, otros galeristas colombianos los apoyaron calificándolos de “colados”, etc.
  3. – El carácter performático de su intervención abarcó desde las charlas con personas interesadas en sus carteles hasta convertir esa pieza en la más fotografiada de la feria.

Guillermo Vanegas.

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