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Habitar un mundo que baila

¿Algo más común, y al mismo tiempo más desconocido, que nuestro propio cuerpo? Todos tenemos uno; muchos lo tenemos como se tiene una vivienda en arriendo, pocos son los que verdaderamente se apropian de él, sin poder separarlo de lo que en esencia son. Como fuere, eso que nos permite habitar el mundo, tal y como lo hacemos, es el cuerpo.

El cuerpo es tiempo y es espacio, es experiencia y es sitio, es pasado y es casa, es carcel y es futuro. Todo eso, y mucho más, es. Pero sobre todo, el cuerpo es eso que hace aparecer el mundo. No es posible entender el cuerpo sin ese mundo que se revela con él. Uno empieza donde termina el otro. Uno no es sin el otro. Uno hace ser al otro.

Ilustración 1. Toro, capote y torero. Fotografía del arquitecto José Antonio Coderch, tomada del libro Coderch, Fotografo, de Carles Foch, Caja de Arquitectos, 2000.

El cuerpo está vivo, crece, y lo hace en todas las direcciones. Se mueve y se entiende desde su movimiento. Dice una maestra, Anna María Brigante[1], que “el cuerpo está en el mundo como el corazón está en el cuerpo”. En relación con, dentro de, jugando a. Bailando.

¿Quiénes bailan? ¿Solo bailan los que bailan? O ¿el baile es otra cosa? ¿Baila quien repite matemáticamente, sin ser consciente casi, sus movimientos al tejer, o sólo se baila en las noches, dentro de cuevas iluminadas? ¿Bailan esas mujeres que pisan la acera como si la besaran, con una cadencia incumplida, o sólo bailan esos personajes estilizados que se miran en un espejo agarrados a una barra? ¿Baila también quien se levanta como un resorte en la silla de un estadio reclamando un claro penalti fingido al 9 de su equipo o sólo baila quien se planta inmóvil y sudando sobre unas tablas, amenazando al público hasta que este golpea, una contra otra, las palmas de sus manos, varias veces, sonando?

Ilustración 2. Vicente Escudero, Barcelona, 1958 Fotógrafo: Oriol Maspons

¿Unos u otros? ¿todos o ninguno? ¿Quién es ese que baila?

Baila quien conecta su latido con el batir del mundo. Quien pierde el orden de las cosas cotidianas porque otro ritmo cierto se hace presente; quien siente que la tierra gira cada vez que mueve su muñeca. Baila ese que se acuerda de su madre cuando rie. Quien entiende la importancia de detenerse a tiempo, con gracia. Baila el que canta, cuerpo y alma se agitan con él. Y si canta bien, como bailando, baila también quien lo escucha, mientras se iluminan los ojos.

Baila quien quiere dominar el suelo, dándole otro significado, re-significándolo. Quien se vuelve recuerdo y deseo, instante y eternidad. Quien lo hace como sin querer. Baila ese que es acontecimiento y funda. Quien es medida de un universo cualquiera, quien conserva y actualiza una memoria en la que además de mirar qué se hace, lo que importa es cómo.

Ilustración 3. Apolo y las Musas. 1514. Baldassare Peruzzi. Óleo. 35 x 78 cm. Galleria Palatina (Italia).

Bailando se construye una comunidad que conserva sus individuos con sus diferencias, libres. Sujetos que bailan para estar juntos, para compartir. Ahí se baila la risa y se baila la angustia, incluso la muerte se baila, poque bailar es convertirse en el otro. Bailar es enmascararse. Trascender. Principalmente, se baila con el tiempo que se suspende, como si no pasara o pasara muy deprisa, mientras el cuerpo se mueve, como queriendo darle sentido. Ese tiempo en que vivimos, que dicen es único e irrepetible.

[youtube]https://youtu.be/G3vASHa3BrU[/youtube]

Fragmento de la película Gatjo Dilo, 1997, de Tony Gatlif, con música de éste mismo.

Y es que se baila, “porque la vida no basta”[2]. Por la necesidad de sentirnos en el mundo que habitamos. Porque habitar es también bailar, o mejor a la inversa, bailar es habitar, un habitar estético, concreto, que entiende de belleza; de lo contrario, sólo seríamos instrumento, engranaje, pieza, cosa. Se baila para hacerse más debil, para extrañar lo que se es. Se baila y va uno construyendo(se) desde la pregunta que el propio cuerpo es, en silencio, sin mucho escándalo, que “hasta el silencio es rítmico”[3].

¿Bailamos?♦

Lucas Ariza Parrado

Bogotá. 18 Junio 2015

[1] Anna María Brigante Rovida es profesora asistente de la Pontificia Universidad Javeriana. Estudió Filosofía en la Università degli Studi di Milano y en la Pontificia Universidad Javeriana, donde también completó el doctorado en Filosofía. Trabaja en el área de estética y relación de la filosofía con la literatura. Es coautora del libro El cuerpo, fábrica del yo. Producción de subjetividad en el arte de Luis Caballero y Lorenzo Jaramillo. Y autora de Obstinado rigor. La teoría de la acción poética de Paul Valéry. El comentario tuvo lugar en el seminario Valéry y Bergson: dos concepciones contrapuestas, dictado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes, en el primer semestre del 2013.

[2] Porque la vida no basta, es el título de un libro fantástico de Michael Damiano que lleva por subtítulo Encuentros con Miquel Barceló y que publicó la editorial Anagrama en 2012.

[3] Pascal Quignard escribió esta cita en El odio a la música. Diez pequeños tratados. Y yo pude leerla en El Oyente Infinito, una compilación de frases breves realizada por Ramón Andrés para la editorial DVD.

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