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De Bourdieu, la Haine y No todo va bien.

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Siempre he sentido una inclinación profunda hacia el cine hecho en blanco y negro, en el que la luz y la sombra tienen una gran importancia para representar realidades y visiones del cineasta. ¿Cómo olvidar cintas como Pyscho de Alfred Hitchock, Schindler´s List de Steven Spielberg, o hasta la mismísima El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra? Sin embargo, prefiero el cine con alguna referencia hacia lo urbano, es decir, donde alguna de las facetas de la vida en la ciudad –independientemente de su drama– es “fielmente” representado por el séptimo arte. Por ejemplo, Metropolis, la película de Fritz Lang de 1929, que hacia fuertes alusiones a una sociedad urbana distópica. O la película a la que le haré un relato en los próximos párrafos, básicamente porque es útil para hablar del cine pero también de los marginales urbanos y sus periferias: La Haine, una película francesa de 1995 dirigida por Mathieu Kassovitz.

Y es que la página en blanco y las letritas negras apareciendo con cada pulsación en el teclado, hacen juego tanto con el formato de las películas descritas anteriormente pero también con las imágenes de aquella Francia de los 90’s, que muy bien representa el film de Kassovitz; una Francia que siendo de colores, ha pretendido siempre mostrar una cara en un sólo tono y eliminar de su faz todo aquello que resulte diverso. No a través de una eliminación fáctica, sino a través de aquellas estructuras y relaciones en las que se ven inmersos quienes detentan posiciones dominadas en cualquier campo de poder.

Siendo coherente con la lógica de las estructuras de dominación, es apenas natural que en la nación que parió los derechos humanos –como en muchas de aquellas que se jactan de ser Estados democráticos y libres–, se encuentren personajes o agentes, como seguramente los llamaría Pierre Bourdieu (porque además también me gusta ver e interpretar al cine desde la teoría social), que siendo habitantes de la periferia urbana, ocupan evidentemente una posición dentro del que podríamos llamar aquí, el campo o la sociedad parisina: la posición de marginales, de dominados; una situación muy particular que comparten millones de personas habitantes en las periferias de las urbes no solo de Francia, o  de cualquier otra ciudad europea, sino también de ciudades de nuestra América Latina.

En La Haine ¿quiénes más podrían ser aquellos dominados, sino quienes históricamente han tenido consigo la marca de lo no deseado —pero necesario— para la sociedad francesa? Por supuesto, un negro, un árabe y un judío (Hubert, Saïd y Vinz). En el film se muestra una noche en la vida de éstos, que para efectos de este artículo, y de acuerdo con la lógica bourdieana, serán los agentes a través de los cuales nos permitimos hacer una lectura de los efectos del espacio social y físico en el que participan.

Estos habitantes del barrio Muguets, encarnan las inequidades que se presentan cuando existe una clara pluralidad en las distintas especies de capital en un espacio social concreto: un espacio de gueto, el gueto urbano. En ellos no solo vemos personificadas, percibidas y aprendidas las desigualdades que surgen de las diferencias entre capital económico, sino también las que surgen entre el capital cultural, social y simbólico.

La Haine, como cualquier otra película que hable de lo social, muestra los problemas que traen consigo las diferencias en el acceso a la riqueza, las credenciales educativas, los lazos sociales efectivos, el prestigio y el reconocimiento que circulan en un espacio social signado por luchas y entrecruzamientos de distintos agentes, grupos de agentes e instituciones. De esta manera, las tensiones generadas entre la policía y los jóvenes, entre los medios de comunicación y el territorio, entre la banlieue y París, entre diferentes habitus y diferentes capitales, desencadenan en violencia, degradación física, moral, y arbitrariedad policial, bastante características y apenas lógicas dentro de una sociedad desigual en la que se justifica la dominación a través de las categorías de clase, etnia, género, etc.

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Podemos subrayar, de la misma manera, el valor que tienen estas zonas de la banlieue en la dinámica social parisina de aquel entonces. Muguets y sus habitantes están inmersos en la objetividad del mundo social caracterizado por la distribución desigual de especies de poder que determinan igualmente la estructura de las posturas adoptadas individual o colectivamente por los agentes. Así, las percepciones, apreciaciones y acciones que tienen Vinz, Hubert y Saïd son solo las condiciones objetivas que se expresan en las dimensiones subjetivas, es decir, la vida tal y como está organizada se singulariza en estos tres agentes.

La estigmatización que sufre el barrio segrega igualmente a sus habitantes, en una lógica vinculada a la propiedad sobre distintas especies de poder; y esa lógica la aprenden los agentes. En consecuencia, los medios de comunicación —cuya participación es fundamental en la consolidación de la segregación y estigmatización—, “hicieron lo suyo” cuando quisieron preguntarle a los tres protagonistas sobre la revuelta de la noche anterior. Los medios, al hacer parte del andamiaje de la construcción simbólica sobre los agentes o grupos de agentes, utilizaron su prestigio para visibilizar, desde su privilegiada posición, el aspecto de la criminalidad retenida en estas zonas periféricas, homogenizando la heterogeneidad de sus residentes, mostrándolos en blanco y negro.

En consecuencia, los medios siguieron la lógica del juego de la construcción y representación negativa del territorio urbano periférico; siendo claro entonces, que en este suburbio de París se consagran una serie de adjudicaciones de capital simbólico, que podríamos ubicar aquí del lado negativo o no deseado de los capitales. Desde su concepto de clase, Bourdieu expone la idea de que no solo está en juego el control del aparato productivo sino también la capacidad de conferirle un sentido particular a la realidad, de construir un relato acerca del mundo. Es decir, la lucha también se da por la imposición de unos principios de visión y división del mundo social; es decir que los agentes poseen un poder proporcional a su capital simbólico, y quienes ocupan las posiciones dominadas en el espacio social, como el caso de Vinz, Hubert y Saïd, o los habitantes de Muguets en general, también están situados en posiciones dominadas en el campo de la producción simbólica. En otras palabras, están supeditados a lo que los dominantes determinan que son los dominados.

La capacidad de transformar los principios de visión y división del mundo, es la resultante no tan solo de poseer los bienes de producción, sino de un capital total. Es decir, una estructura y un volumen de capital económico, cultural, social y, por si fuera poco, simbólico. Se podría decir que la potencia que da poseer determinados volúmenes y estructuras de capital, permitirían a los agentes de Muguets –como a los habitantes de cualquier periferia urbana– entrar en conflicto y luchar por una posición y representación no estigmatizada. Eso, en últimas, es la apuesta que está en juego en la sociedad.

La posición que ocupan y agencian el barrio y sus habitantes, así como los numerosos barrios o espacios marginales de la ciudad, está ceñida por el resultado de la participación en la lucha del campo de producción simbólica. Como producto de esa lucha, estos barrios periféricos son portadores, incubadoras y matrices simbólicas de una identidad subalterna, criminal, dominada; son considerados despreciables, la materialización de la “miseria del mundo”. Lo decía Bourdieu, la agencia de la violencia simbólica por parte de los agentes de las posiciones dominantes es capaz de imponer unos significados a los agentes de las posiciones dominadas, y el significado en este caso, es en esencia, lo no deseado.

De alguna manera, lo que muestra La Haine, es la incapacidad de los dominados, para transformar y configurar políticamente el campo desde su posición, puesto que no se tienen las armas necesarias, es decir, no disponen de una acumulación de capitales para poder equiparar o trastocar las relaciones de fuerza. Las armas de los dominados se dan precisamente por su situación en el espacio social, es decir, del cómo están situados posicionalmente dentro de un campo. Claramente, esta idea se representa en detalle en la frase dicha al comienzo de la película: “sois unos criminales, usáis armas de fuego, así cualquiera, nosotros tan solo tenemos piedras”.

La lógica de inferioridad e inmovilidad social como características de las banlieue, se hace evidente cuando Hubert se dice a sí mismo “me voy a ir de aquí, tengo que escaparme de aquí, tengo que irme de aquí”. Hay con ello un sentido de la posibilidad de ascenso, de escape, de ingreso a otras opciones de vida, inalcanzables si no se transforma la posición geográfica y social en el campo.

Esto se hace mucho más claro desde lo que señala Bourdieu, cuando afirma que la participación en el campo de juego no solo está signada por el conformismo, por la adecuación a las reglas de la distribución desigual de especies de poder, sino que también hay un sentido por perturbar las reglas del juego estando dentro del juego mismo; puesto que es el mismo campo el que hace jugar a los agentes, el que los compromete y los incita a luchar. Piénsese como ejemplo a través del revólver encontrado por Vinz —el judío—; él creía firmemente que al matar a un policía se equilibraría la balanza de las relaciones de fuerza y se cambiara un tanto así la realidad.

No obstante, Bourdieu señala que en la forma como está organizada la vida social, es necesario darse cuenta de la gran brecha que existe entre las aspiraciones subjetivas de los agentes y las posibilidades objetivas que éstos tienen para cambiar su realidad. Las posibilidades de transformación del campo están dadas por las estructuras que se encuentran previamente y que condicionan a los agentes. La participación es condicionada por la objetividad del campo, y a su vez, es condición para su transformación. Hay límites para la acción y la maniobra de los y las dominadas en el cambio; y eso nos lo enseñó una serie de Warner Brothers, desde muy pequeños: hay condiciones para que el Correcaminos le gane el Coyote.

Sin embargo, podría decirse que en las lógicas del campo ocurren fisuras en las que por instantes, los agentes logran alterar el curso armónico de los espacios de los dominados. Hay momentos en los que el Coyote tiene un pequeño desquite, que aunque no dure lo suficiente, puede verse como un aliciente en medio de las constantes frustraciones que deja la posición del dominado. Así por ejemplo, al ingresar a una exposición de arte —aun sin contar con el capital cultural acumulado que les permitiera a los agentes disfrutar lo que allí se presentaba de la misma forma en que lo hacían quienes naturalmente estaban en la galería— genera una incomodidad evidente en los que llamamos aquí, los privilegiados. Ese escozor que no disimulan los privilegiados, complace a los marginales. Beben su champaña, intentan seducir a sus mujeres y los maltratan impunemente. Salen del lugar satisfechos de haber amedrentado a ese otro que en circunstancias distintas, detenta mayor capital y poder que ellos♦.

Cristhian Parrado escribe para IC desde 2016

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