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En un momentico

Vivo en el centro de La tierra de Cristóbal Colón, conviviendo con las montañas de la cordillera oriental y rodeándome de variedad de inclinaciones sexuales de hombres, mujeres, niños y ancianos. Somos casi ocho millones de personas usando un mismo lugar, nos distribuimos la ciudad para trabajar y vivir en ella. Para movernos de un lado a otro hay diferentes opciones: puede usted coger una busetica, un taxi, su carro particular o el de otra persona que lo lleve (o sea, huevón, un Uber) o utilizar el Sistema Masivo de Transporte, el de las dos busetas rojas pegadas.

Yo tuve que escoger el último. Desde que empecé a sumergirme en el mundo profundo, estrecho, caluroso e incómodo del Transmilenio, me di cuenta que la ciudad puede conocerse en horas específicas del día. Cuando todo y todos están en su máximo esplendor. En la hora pico…

A las 7:25 de la mañana ya debería ir en mitad de camino para llegar a mi clase de 8, pero The Colombians somos impuntuales –algunos, claro- entonces yo voy siempre tarde para todo lado. Pero hoy no, hoy me levante tempranito y voy bien de tiempo.

Iba escuchando música, esa canción que dice: 

 People try to put us d-down (talkin’ ’bout my generation)
just because we get around (talkin’ ’bout my generation)
things they do look awful c-c-cold (talkin’ ’bout my generation)
i hope i die before i get old (talkin’ ’bout my generation)
This is my generation
un momentico…

-Señora ¿Qué pasó? – Pregunté a mi compañera de asiento mientras me quitaba el audífono. El Transmilenio se había detenido y todos intentaban mirar hacia el frente. Ella me dice que el bus se varó. En la Caracas, justo allí. Miro por la ventana y pienso que yo no me bajo aquí ni por el berraco, pero sigo mirando y ahí lo veo todo, mi ciudad se está llenando. Todos salen, unos van y otros ya llegan. Sonrío.

Están estos indigentes revisando las bolsas de basura a ver que les sirve de ahí o que se comen, este señor de Ciudad Limpia que debe estar mamado de recoger ese basurero todos los días, una prostituta sale de esa casita amarilla de la Caracas con 19 llevando un vestidito con transparencia, se cuelga el bolso del brazo y asoma la cabeza mirando a la derecha y luego a la izquierda. He aquí la miseria y la pobreza, la desesperanza y la desesperación, todos juntos, todos tan revueltos que se respiran en la nuca y se enloquecen por 2mil pesos…pero les pasa por el otro lado de la calle un Audi negro, que debe ir hacia algún edificio del centro o de la 26 llevando a su dueño gomelo a trabajar. El semáforo lo detiene y el indigente se acerca a pedirle monedas, yo no escucho lo que le dice, pero suelen decirle lo mismo “no no no, ahorita no hay” y le suben el vidrio en la cara, pasando por alto el hecho de que es humano, como el gomelo y como todos nosotros. Pero qué podemos decir a favor del gomelo, desconfía porque por aquellas zonas roban lo que vean muy a la mano.

“Se le dañó la puerta” me dice la señora de al lado, yo la miro y asiento “con razón”. Nuestro sistema de transporte masivo no anda si las puertas no le funcionan, porque claro, no sería seguro que anduviéramos en un bus al que le falla una puerta, porque entonces qué hacemos donde se salga ese chorrero de gente que se ha metido a las bravas. Desde que la puerta nos apachurre a todos y nos deje llegar a nuestro destino ¡que carajos! pero sin ella no, sin ella no le cabe más gente y así qué gracia. Aquí está nuestro afán, nuestro estrés ciudadano “a empujar que ahí quepo yo”. 

¿Dónde están nuestros Trolebuses cuando se les necesita? Papá dice que no se llenaban tanto, pero yo creo que era porque no había tanta gente como ahora, Bogotá era más potreros que edificios, ahora no. Esos buses también se varaban, pero se arreglaban más fácil; el mismo conductor podía hacerlo y bueno, eran otros tiempos. Mamá también dice que la gente de estas épocas es muy acelerada y tiene razón, pero es que DIOS ¡es desesperante esto! Ya perdí acá el tiempito que traía de sobra.

La gente se desespera (bueno, nos desesperamos) se angustia por cumplir horarios y cuando menos se dan cuenta solo están sobreviviendo. Se han olvidado de vivir, les ha tocado así, como al indigente y la prostituta, como a todos los que van allí sudando de la angustia a las 8 de la mañana con el frío bogotano. En situaciones así me doy cuenta que yo no necesito recorrerme toda la ciudad para conocerla, para poder describirla, para amarla.

Ya que. Ya vamos todos tarde para nuestras decisiones u obligaciones. En este bus están todos y está todo, y es gracioso porque sin quererlo nos tocó reunirnos a todos, a hinchas de equipos diferentes, a conservadores y liberales, a homosexuales y heterosexuales, a niños y ancianos.

Me pongo el audífono y sigo escuchando:

 i’m not trying to cause a b-big s-s-sensation (talkin’ ’bout my generation)
i’m just talkin’ ’bout my g-g-generation (talkin’ ’bout my generation)
This is my generation
this is my generation, baby

 Pienso que Bogotá son esos momentos, es tan cosmopolita que solo se necesita mirar una esquina para notar sus estilos, su gente diversa y encapsulada, las acciones cotidianas que la hacen ciudad y no pueblo. Su transporte, el centro…mira hacia allá y ves Monserrate, mira más hacia acá y ve los edificios grises, las calles untadas de taconeos y zapateadas, mira hacia el otro lado y ve los cambuches, lucecitas en la montaña y casitas que parecen de muñeca.

En cada esquina de la ciudad está ella misma –completa- de pie, mirándonos. Es un gran pulpo que no lo sería sin sus brazos, que se dividen en culturas, pensamientos, sexo, trabajo, estudio, esperanza, desesperanza y mi Colombia.

A mí me encanta mi ciudad, pero esta influencia inglesa que mi familia ha puesto sobre mis hombros me pesa, me hace criticarlo y compararlo todo…Este señor de la parte de atrás que chifla e insulta al conductor, eso es falta de cultura ¿Por qué la gente de este país es siempre tan agresiva y grosera? No como allá. Todos tan decentes, aunque fríos…pero eso sí es cierto, acá somos más sabrosos y cálidos, aunque de que sirve si por cualquier cosa tratamos al otro de hache p.

Yo quiero volver a los 60’s. Véanme a esta muchacha con la ombliguera y los pantalones rotos a lo largo de toda la pierna. Tiene por ahí unos 15 y ya está maquillada con sombras azules y delineador. Antes se disfrutaban las etapas, las mujeres usaban vestidos y ahora son los hombres los que quieren usarlos, lo cual no está mal, pero por qué se ha perdido la feminidad, no hay nada más bonito que una mujer con vestidito y el cabello sin tanto adorno o plancha. Pero acá en Colombia no se puede uno poner vestido por las morboseadas. Y no pienso solo en el país, pienso en la época, la década de los 50 y 60 me encanta. La muchacha de las sombras escucha reggaetón a todo volumen y yo ansió devolverme y sentarme en Woodstock a escuchar música.

¿Qué hago con lo que me han infundado y la imagen casi perfecta e ideal que tengo de otras épocas? Yo leo, veo y me doy cuenta que nada es tan perfecto, ni lo fue, pero me es imposible no comparar y no querer vivir esos años de la música que he escuchado desde pequeña, de Los Beatles, de Janis Joplin…el hipismo me invade la mente, pero tengo a Maluma y he de conformarme. Para mí es un anacronismo vivir acá, por más que te ame ciudad, es un anacronismo como vivir en Bacatá. ♦

Paula A

Paula es corresponsal de interference channel

 

 

 

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