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Las puertas

Resultado de imagen para los doors 1968: Burroughs sigue enganchado a la heroína. Los dos navíos británicos aún reposan en la costa norteamericana a la que arribaron un año antes: el afthermath de los Stones, volcado en llamas sobre una playa y el Rubber Soul de los mesiánicos Beatles taciturno y envuelto en  el oleaje implacable e infinito.  Vietnam arde.

Las panteras negras caen fusiladas. El LSD ha sido declarado psicotrópico. Kerouac ya abandonó los estudios de grabación a los que acudió a declamar su poesía radioactiva, a escupir  gasolina y alcohol sobre el micrófono. El mundo ya conoce a Hendrix y a su guitarra en llamas; Hendrix ya conoce las bencedrinas, los tranquilizantes y  la morfina. L.A. está bañada en sustancia toxicas. Puedes comprar en las esquinas Demerol, Dilaudid, Palfium, Dolofina o mezcalina. Jim y la pandilla  ya viajaron al desierto. Las puertas de la percepción no fueron abiertas – Blake estaba chalado- las puertas de la percepción fueron destruidas a chutes y patadas.  Los Doors nacen en el desierto de California.

Fue allí donde el proyecto musical tuvo un primer vinculo lo suficientemente estable para lograr soportar el infiernito que durante casi una década arreciaría. Manzarek, tras abandonar la escuela de cine  e instalarse en L.A., se hace con una casita en la playa donde tocan por vez primera.  Son 4. No tienen bajista pero están llenos de furia. No suenan parecido a nada que haya escuchado el publico adolescente de la época pero tampoco suenan únicamente furiosos. Son el brutal deathcore del hippie tarado que quiere ligar con las jovencitas en la playa pero es también la banda sonora del ex convicto negro que patea al alguacil en el Harlem neoyorquino. No son músicos expertos y ni si quiera lo suficientemente técnicos pero tienen energía, disciplina y misterio suministrado en las dosis indicadas.   Son dos discos geniales en menos de un año: el homónimo y Strange Days. 1967 puede sentirse orgullosa. No solo tendrá a Zappa y a los hijos de puta con dos baterías, el Monterrey Pop Festival y el primer recital de Cream en Norteamérica.

También  tendrá a un magistral Manzarek sudando cocaína sobre el sintetizador, a un Krieger que puede poner a bailar al sepulturero de tu pueblucho solo con dos cuerdas, a un Densmore solitario y en forma, muy al tanto de la situación y a un deshilachado jovencito con la  voz del infierno en las entrañas capaz de rugir como un suicida y afinar como Sinatra.    En los ritos chamanicos el sacerdote se introduce, mediante sustancias sagradas, el peyote o la mezcalina, en una especie de memoria colectiva e inconsciente de la tribu. Las enfermedades mentales que comúnmente asociamos dentro de nuestra civilización como tal, se visibilizan más bien como afectaciones de carácter espiritual gracias a un uso constante de estas sustancias y a una predisposición anímica crucial. 

Los Doors lo explican brevemente. Les interesan las audiencias y los ritos. Llevan el desierto por dentro y cuentan con un chamán portable al que no hay que darle cuerda sino ron, al que el alcoholismo le ha roto la garganta y le ha dado nuevas profundidades y texturas.  No son la mejor banda, ni lo serán. No están ni si quiera cerca de las mejores y aún así sus siguientes discos suenan con el brillo apocalíptico de sus tres primeras obras.  En los siguientes años, mediados por las extenuantes giras a nivel internacional, aparece Waiting for the sun. En ese 1968, atiborrado de escándalos infantiles por parte de la banda producidos por las distintas adicciones, el vocalista conoce a Mick Jagger en un destartalado hotel. Le cuentan de un tal Brian Jones recorriendo Marruecos mientras Tim Hardin se chuta en el baño. Aparecen los enfrentamientos entre la pasma gringa y los asistentes a los recitales de la banda. Morrison es arrestado y la pandilla se ve frágil cuando terminan las sesiones del L.A. Woman.

El sueño termina con Morrison empapado en su bañera, muerto por la dosis fatal y el grupo hecho trizas.  Viene lo usual tras el fallecimiento: mitos aparecen sobre el deceso del vocalista (algunos absurdos). La banda, impulsada por la avaricia de algún empresario,  trata de continuar pero, sin fracasar rotundamente, abandonan a buena hora. Viene toda la mierda que se debe tragar quien firma con una disquera: recopilaciones, entrevistas inéditas y hasta material pirata de conciertos en garajes situados al final del mundo.  Manuscritos, cartas y una cantidad de información  ridícula que va desde la marca del papel higiénico del manager de la banda o la cantidad exacta del perico que necesitaba ingerir Morrison para entrar en el mal viaje.  

 Pero no mucho material musical y nos quedamos con las ganas los que estamos ansiosos y desesperados. Los Doors se despiden y Blake estaba chalado, las puertas no fueron abiertas, fueron destruidas a chutes y patadas, tenían vomito y  tabaco.  James Jacobo        

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