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Y después… acabó

Un día nos despertamos y todo había acabado, la enfermedad ya no estaba pero olvidarla era imposible. Las consecuencias y todo lo que hicimos por ella, la xenofobia, las amenazas, los insultos, las protestas, la impaciencia. La enfermedad era terrible pero constante, día tras día nada cambiaba y sabías que esperar, y un día, eso cambió.

En el mundo se habla sobre dividirnos, organizaciones como las Naciones Unidas o la Unión Europea que una vez parecían intocables, hoy disputan su existencia. La enfermedad nos hizo sentir vulnerables y por ello nuestros peores lados salieron a la luz. Es difícil no preguntarse si aquella persona que ahora desconocemos y que nos asusta es quien somos en realidad. Si en verdad todo lo que nos frena de ser eso en que nos convertimos era la opinión de los otros. Tener que ir todos los días al trabajo, o al colegio o a la universidad y verles la cara a todos, todo el tiempo. Nos prometieron normalidad pero la verdad es que lo que conocíamos antes nunca va a volver. El trauma y las cicatrices son permanentes y no hay remedio alguno más que aceptar lo que hicimos y en lo que, como sociedad, nos convertimos. Poco a poco aceptamos que cuando pensamos que el micrófono está apagado nos volvemos alguien más. Reflexionamos sobre por qué cuando debíamos unirnos nos dividimos, cuando debíamos agradecer amenazamos, cuando debíamos apoyar insultamos.

Es de cierta forma irónico que todo esto haya salido del exterior, el virus no fue algo que creara otro ser humano, por primera vez la amenaza no tenía ni nombre, ni ideología, ni nacionalidad, no había ninguna religión a quien frenar en los aeropuertos ni ninguna etnia a quien culpar y echar en campos de concentración para sentirnos más seguros. No era obligatorio odiar, pero fue nuestra elección, y mientras miles morían por un virus en Estados Unidos las voces de protesta por brutalidad policial se callaron con policía secreta. El virus mataba a millonarios y pobres por igual, pero de alguna forma, pareciera que hasta la misma salud se puede sobornar. La enfermedad nunca fue el virus, el virus fue la excusa, lo que sacó todo a la luz. Nos puso en un escenario donde nos sentimos vulnerables y ante la vulnerabilidad reaccionamos como siempre lo hemos hecho. Nuestra existencia como humanidad estuvo en riesgo y en vez de construir puentes hicimos muros. Cerraron embajadas, sacaron migrantes, amenazaron doctores.

Hay algo profundamente dañado en una sociedad donde ir a una finca es más importante que salvar vidas. Donde ganar unas elecciones es más importante que proteger al electorado. Una sociedad donde los respiradores y camas de atención se volvieron negocios y una pandemia que paró hasta el fútbol, que se ve como ese elemento de cohesión de la sociedad Colombiana en el que uno siempre podía contar, aumentó la corrupción e incluso ir a un parque se volvió peligroso.

Los líderes y lideresas sociales, la comunidad trans, los ex-combatientes que contra toda expectativa e incluso razón le apostaron a la paz, siguieron perdiendo sus vidas. No hay más excusas, el odio nunca fue la solución y un día esto va a acabar. Un día volveremos a salir, pero las cicatrices se quedaran y el fantasma de la pandemia vivirá por siempre en lo que quede de nosotros.

Sergio Villareal.

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