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Estampas de Ciudad de México

calumnista

Naciste muchos siglos antes que fuera crucificado en oriente el llamado hijo de Dios. Son tus pares por grandeza y dignidad los pueblos griegos. Tu horror sagrado es tan divino como el de la venerable Kali, la diosa de los cien brazos. Eres anterior a la culpa. En ti reside la inocencia cuando las cosas no tenían nombre, antes que el hombre viniera a complicarlo todo. Naciste a orillas del Texcoco;  de ese lago tan leonado como tu urdimbre y en donde se desarrolló una de las más importantes revoluciones agrícolas de la humanidad: pudiste domesticar en tus  tierras  el maíz, el tomate, la calabaza, el chile y el chocolate hasta llegar al modelo agrícola de las Chinampas, aquellos “jardines flotantes” que tanto asombraron a los invasores del imperio español cuando hollaron tu superficie, luego tus entrañas,  en la idea de estar  arrebatándole tierras a Lucifer. Tu prosapia llega al perro de Sirio, o tal vez,  tu miedo, tu gratitud y tu esperanza hicieron un  día inventar a los mismos dioses bajados del cielo.

 A lomos de dromedarios tres Reyes Magos inician la era cristiana y  tu primera alma, de las mil que te conforman, ya era inmortal y fuente de inspiración de mitos y leyendas: Teotihuacán, la de los cien mil habitantes, la más poblada de un continente que ni siquiera sospechaba de su existencia el mundo conocido. Teotihuacán, desaparecida de la faz de la tierra como consecuencia de la sobreexplotación de sus recursos naturales.

Pero los dioses hechos hombres, o quizá hombres convertidos en dioses, velaron por estas tierras bañadas por aguas salobres y juntaron sus saberes para hacerla de nuevo grande. La cultura Tolteca. Y de entre todos los poblados que la conformaron, de tu ombligo, surgió,  la que estaba destinada a perdurar en la memoria de los hombres: Tenochtitlan. 13 de marzo de 1356 año de fundación. El “ombligo de la luna” se convirtió en un extenso imperio que llegaba hasta Centroamérica, al Golfo de México, al Océano Pacifico por oeste. Por sus calles amplias y pavimentadas caminaban sus habitantes contentos de tener agua potable y drenaje en sus viviendas. Canales que transportaban mercancías desde los más remotos lugares del imperio. Y el orgullo, su blasón, el centro ceremonial que se caracterizaba por sus pirámides hechas en mampostería y en donde sus celebraciones rituales incluían no solo bailes y rituales,  sino hasta sacrificios humanos.

Trece de agosto de 1521. Los recién llegados, a quienes creyeron enviados por los dioses, de bajo nivel mental e intransigencia religiosa, hicieron caer bajo el fuego y la viruela a la gran ciudad. 16 años más tarde se convertiría en capital del virreinato de la Nueva España. Tus piedras destrozadas sirvieron de base para las nuevas edificaciones y de modelo para todas las ciudades a construir en la época de la colonización por parte del imperio en donde no se ocultaba el sol. Y pasaste a ser en los próximos dos siglos un destacado centro de intercambio comercial a nivel mundial. Sede de la primera imprenta y primera universidad de las Américas. Los prelados vestidos de rojo te miraron con admiración y construyeron cantidad de templos y conventos que rivalizaban en belleza con los europeos. El científico y viajero Alexander Von Humboldt te denominó “Ciudad de palacios. De esta época de la historia datan la mayor parte de las construcciones de tu  Centro Histórico, la Alameda Central (primer parque de la ciudad), el Paseo de Bucareli y más.

Vives, pero tu infancia ha muerto. Tus indígenas siguen siendo siervos sin tierras resignados bajo la influencia de la fe cristiana. A comienzos del siglo XIX llega tu independencia de la corona española. Más la débil república se ve invadida por los franceses y estadounidenses. Todos quieren poseerte. Este periodo te deja el magnífico Paseo de la Reforma, orgullo de tu presente. Tras caer el imperio vientos de auge económico poblaron tus vías de ferrocarril, tu comercio, tus fábricas; la colonia Guerrero y la Santa María la Ribera y otras donde se asentaron la clase obrera. Y ahora en el solio presidencial el polémico Porfirio Díaz, que hizo correr el dinero hacia los más acomodados y a los pobres los volvió más pobres. ¡Ah! Pero le dejó a tus calles el Palacio de Bellas Artes y el Ángel de la Independencia.

Un día del siglo XX ya no pudiste más y sobre ti, los tuyos, los de tu sangre, se rebelaron, y proclamaron los derechos del pueblo. Te volviste laica y libre. La revolución mexicana. Pero la iglesia no se resistía a perder su poder y clamó sangre: La guerra Cristera.  Bajo el influjo del espíritu de la revolución se apaciguaron los odios y miraste al grande del norte y nacionalizaste tu petróleo. Vino para ti una época de paz, prosperidad ,donde abrazaste con calidad vecindad a todo aquel que llegaba a tus tierras víctima de las persecuciones en la tierra propia.

 1968. El año francés. El año de las primeras olimpiadas en territorio americano de habla castellana. El año de la matanza de los estudiantes de Tlatelolco. Gime el viento, lloran tus madres, se retuercen tus hombres. Resucitas de nuevo. Llega el mundial de futbol y el más grande de los jugadores pisa el césped del “Azteca” y se alza con la copa. Todos te hacen la venia. Vuelve la esperanza. Dieciocho millones de personas reciben el siglo XXI pisando tus calles. Tu futuro sigue siendo promisorio.

Aquí en esta ciudad donde la fe en tus hombres es tu mayor tesoro, te proclamo grande. La sangre, el ayuntamiento de razas, las especies, las tradiciones te hacen ser quien eres. El destino hizo de ti un juguete, un fetiche, tal vez colaboraron todos los azares planetarios, porque pareces producto de otro mundo, delicias de otro pueblo. No eres la distracción de un Demiurgo como parecen las otras naciones. Continuamente mezclas, propulsas y reprimes flujo de imágenes, de instintos, de sensaciones para crear un único yo, unexclusivo universo y un propio corazón.Y, ¡Oh Distrito Federal! A pesar de tus contradicciones no me imaginó el infinito sin ti.♦

Alberto Salazar Castellanos

@laporciuncula1

 

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