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Comunicar, pensamientos de José Enrique Velasco

Abordar el universo de la Comunicación es hablar de lo que es común a todos, de ahí que sea harto complejo abordarla en términos generales debido a los innumerables enfoques que la ciencia y la academia le han otorgado. Aunado a esto, las redes sociales le aportan otros universos que hace apenas 20 años eran inimaginables.

La comunicación es la común acción. Es la fuerza inherente de la naturaleza. Por lo tanto, comunicar es el primer intento de sobrevivencia de cualquier ser humano, el primer alarido para recibir la mama nutricia de la madre, para acoger aire en el cuerpo y salir a la vida. La comunicación entonces se nos presenta como elemental, vital.

En la aldea tribal, en ese grupo primigenio el ser humano está obligado a encontrarse con la palabra, a bautizar todo aquello que le rodea. Al nombrar y reconocer el entorno en su mente, lo domina y se apropia, se empodera y la palabra se vuelve sagrada alrededor de las primeras hogueras. Preocupación máxima –como la conservación del fuego mismo – para no extinguirse.

                La palabra se torna memoria al darla y recibirla de manera oral, escuchar es vital para la caza, para sobrevivir a fieras y embates que trae la naturaleza. En el momento en que dos entidades identifican la misma palabra, la escuchan, la comparten, la hacen común, se comienza a pertenecer a un grupo determinado, a diferenciarse de los demás clanes y tribus.

                Y también comienza el periplo de ser individuo, de ser humano.

                Los desarrollos posteriores serán de ensayo y error en todos los aprendizajes, experiencias y relaciones que se han tenido que dar a partir de esos primeros intentos fundamentales de darnos a entender, de conocernos y desear trascender.

                De la aldea tribal, el ser humano pasa a ser alfabético quirográfico. Deja constancia de su paso en cuevas y muros, un “aquí estuve” que exorciza miedos y demonios  –sus primeros dioses- al retratar pasajes de fugacidad permanente, infinita, inmanente.

Y todos sabemos en nuestro inconsciente colectivo que así hemos dado paso a la primera palabra escrita. A la obra de arte que no es otra cosa que la excelsa comunicación.

                La palabra se diluye entre los diversos grupos humanos que irremediablemente se separan, pero al diluirse se fortalece, va más allá, trasciende y atesoramos la facultad de ‘entendernos los unos a los otros’. Al mismo tiempo comienzan a develarse las voces internas.

Es menester organizar y jerarquizar la palabra para poder guardar, aquilatar  y transmitir la experiencia, el devenir humano. Pero algunos la guardan para sí, la manipulan, la hacen suya para gobernar masas, exigirles obediencia. Apropiarse geografías.

La palabra ensancha sus cauces y nos hace comprender que quien la tiene, quien la posee, percibe mejor el mundo, domina su entorno y puede subyugar para su provecho todo aquello que denomina como  ‘lo otro’. Seres humanos, naturaleza.

Nace el alfabeto. Y con él, sus leyes. El Código Hammurabi es el primer concepto o tratado legal de la historia de la humanidad. Una simple losa de basalto encontrada en Persia -hoy es Irán- la cual contiene caracteres cuneiformes en lengua acadia que data del Siglo XII, antes de Cristo. En este momento se deroga la venganza personal y se establecen los castigos que el Estado impondrá a quien viole estos preceptos.

Nacen, crecen y mueren las grandes civilizaciones. Pero todas nos dejan herencias, legados, nos hacen partícipes y objetos de su evolución, sujetos a ella. Nos comunican. Entienden que los procesos de la comunicación son las tecnologías de la dominación.

                Entes que comunican, somos esos ‘vasos comunicantes’ que visualiza el filósofo canadiense Marshall McLuhan en su libro “Aldea Global” y que nos remite a dos cuestiones básicas de su pensamiento y del actuar humano con respecto a los medios de comunicación: Primero, somos lo que vemos y segundo, formamos nuestras herramientas y luego ellas nos forman.

                Bajo esta perspectiva, los medios de comunicación –lo que vemos, nuestras herramientas- nos forman, informan, conforman y deforman. Somos objetos del gran laboratorio que representan los medios y también somos sujetos, casi siempre pasivos, ante su embate.

                Pero regresemos para entrar a La Galaxia Gutenberg, que según McLuhan abarca cuatro siglos desde el nacimiento de la imprenta hasta el telégrafo, esa otra revolución que cambia de tajo el transcurso del pensamiento y el actuar de los humanos. Leer y escribir se convierten poco a poco en herramientas populares de manera que educarse es un bien necesario, inevitable.

                La civilización no solamente se forja con los asentamientos de aquellas tribus nómadas, la escritura también juega un papel decisivo en la consolidación de lo civil. En la formación de los primeros ciudadanos. En la organización de las ideas.

Al tiempo, la ‘cultura de la escritura’ va a competir, según nuestro filósofo, con la ‘cultura electrónica’, misma que arranca con el telégrafo y nos regala el teléfono, la radio, la televisión, y así hasta llegar a las redes sociales a través de internet. La comunicación espacial.

                McLuhan prevé un mundo totalmente conectado a través de los medios, pero cuando él muere en 1980 sólo existían emisoras de televisión, de radio, el cine y los medios impresos convencionales, casi locales, es decir, la interconectividad debida a la parafernalia tecnológica era tan incipiente que no pasaba de ser objeto de laboratorio e iniciativa de unos cuantos.

                Comunicar está en cada acto del ser humano, desde el llamado ‘body language’ –el lenguaje del cuerpo-, el gestual o la palabra misma, dicha o escrita. Incluso, el silencio comunica. Sin embargo McLuhan va más allá al afirmar que “cualquier tecnología (todo medio) es una extensión de nuestro cuerpo, mente o ser”.

              Cuando aventuró su famosa idea: “el medio es el mensaje”, comprendimos que cada uno de nosotros lleva implícito, y al mismo tiempo explícito, un mensaje. Entendemos que debemos hacernos responsables de lo que imaginamos, pensamos, decimos y actuamos en el transcurso de las relaciones humanas. Cuando nos comunicamos, nos transformamos.

                Para bien y para mal. Las redes sociales sacan a flote, casi siempre, lo peor del ser humano al abusar de la estulticia ramplona, del chisme, de la falta de sentido común, la inexistencia de un proceso mental mínimo para discernir. Todo se toma por bueno, incluido el “selfie” que implora los desahuciados, predecibles y desabridos likes del aplauso mutuo.

                Y esta transformación toca a Umberto Eco. Reflexiona en su libro ‘A Paso de Cangrejo’ que tanto los avances científicos como los cambios y progresos democráticos que auguraban un futuro sólido y espléndido, se han convertido en luchas, conflictos e insatisfacciones.

Los viejos conflictos territoriales sólo estaban escondidos, han vuelto, asimismo las guerras medievales que entrecruzan religión y tecnología con un inevitable tufo a “cruzada”, la nostalgia de los hoscos totalitarismos que adquirieron la fachada universal del Neoliberalismo. Fenómenos más actuales, actuantes y tan presentes como humanos.

La comunicación nos ha llevado a grandes distancias que parecían simples utopías y nos ha dado, también, formidables enemigos entre nosotros mismos. Eco embiste contra la banalidad de la vida contemporánea, las guerras, la codiciosa política internacional y el profundo daño que han hecho los medios de la comunicación.

Como todo gran proceso evolutivo, la comunicación nos presenta disyuntivas. La calidad de nuestra comunicación persona a persona nos dará un mejor entendimiento, o no. Y lo mismo sucede para los grupos y para las naciones.

Para los animales, comunicarse es vital. El austriaco Karl Von Frisch, nos ha demostrado que las abejas al manifestar un modelo matemático en el panal, lleno de las otras abejas, comunica de manera impecable el camino para encontrar comida.

Tampoco hay dudas acerca de la comunicación que ejercen las plantas entre sí. La ciencia ha demostrado que las selvas y bosques prosperan debido a la imbricada red de comunicación que existe entre árboles y plantas, que en conjunto con los animales, muestran el formidable éxito de la naturaleza.

Si entendemos que los sistemas de pensamiento son comunicacionales, estamos obligados a repensar nuestra soberbia actitud antropocéntrica ya que son múltiples e incontables los lazos comunicantes que se dan en la naturaleza. Y apenas empezamos a comprenderlos.

Sin comunicación la vida no podría existir, ni coexistir.♦

*José Enrique Velasco es escritor Mexicano, colaborador de IC desde 2015.

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