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La velocidad del tiempo

Uno de los fenómenos más interesantes de estos últimos años es la comprobación de que no existen los absolutos en nada, lo que hoy tomamos como una verdad irrefutable, quizá mañana no lo sea tanto, o mejor, descubramos que es una gran mentira promovida desde cualquier plataforma en la que exista gente dispuesta a creer sin molestarse mucho en preguntar-se nada. Siempre han existido personas con una disposición casi genética al dogmatismo, sin embargo en estos tiempos donde la información corre a la velocidad de las redes sociales y sin el incómodo horario de oficina de las agencias de noticias ni los filtros de las líneas editoriales, parece casi pecaminoso ser dogmático  ante cualquier “verdad”.

El panorama contemporáneo hace necesario volver la vista a algunos clásicos de la literatura del siglo XX para maravillarse ante la inteligencia de gente como Aldous Huxley quien plantea en los años 50 esto que ahora conocemos como obsolescencia programada, claro, con las distancias espacio tiempo de aquellos años donde el teléfono fijo con posibilidad de llamadas interoceánicas era la cosa más espectacular en materia comunicacional sin saber que a principios del siglo siguiente tendríamos WhatsApp o teléfonos inteligentes. Como todo es relativo igual hay un lado poco amable, sigue existiendo la esclavitud en países donde la miseria es la norma, esa tragedia de aquellos países donde la maquila es la norma y que debido al trabajo mecánico, subpagado y esclavizaste permite (por los costos de producción)  que yo esté tecleando este articulo desde un Pc ridículamente barato que compré hace unos años y del que muchos amigos fotógrafos se burlan ya que lo obsoleto se le ve desde lejos.

Cuando yo era estudiante de bachillerato siempre estuve bajo la lupa familiar por mi tendencia a abusar del alcohol, sé que muchos tíos y primos comentaban en voz baja la posibilidad de que mis alegrías etílicas fuesen aromatizadas por algo más que licor, cosa que se veía reforzada por mi estampa de rebelde con causa, pero nada más lejos y de hecho siempre evité cualquier droga ilegal hasta superada la treintena cuando me rendí ante el placer de un porro que aligerase la terrible carga de los domingos por la tarde. En aquellos años ochenta y principios de los noventa la marihuana era el coco que podía comer la cabeza de las inocentes criaturas, veinte años después el asunto es otra cosa.

Si mi abuela estuviese viva estoy seguro que ya tendría un grupo de oración rezando novenas a la virgen del Carmen para exorcizar al demonio que ha logrado influenciar a algunos países a que legalicen cosas como la marihuana o el matrimonio entre personas del mismo sexo, de hecho hay mucho adulto dándose cabezazos contra las paredes por esas cosas, como si drogarse o ser homosexual fuese pecado. Estamos en tiempos donde cada quien ha de vivir a su ritmo siempre y cuando el vecino no moleste, todo debe ir bien. Particularmente estoy de acuerdo con el matrimonio homosexual, no es posible que uno siempre tenga que caer en el foso del matrimonio sin que ellos les tocase vivirlo, ahora pues que se aguanten el chaparrón de los divorcios  y compartan un poco el karma de enamorarse para caer en la muy legal trampa legal de “reforzar lazos”.  En cuanto a lo otro; la yerba, tengo la impresión de que hay pastillas (muy legales) más potentes que un simple porrito y que cada quien tiene derecho a drogarse con lo que le dé la gana siempre que no moleste a nadie, ni sea una carga incómoda para su familia.

Tanto va cambiando el asunto de la vida, que ha afectado al arte y la literatura en sus formas de difusión. Antes de los blogs, las redes sociales, los medios digitales y toda esta parafernalia comunicacional del siglo XXI, era todo un logro hacerse ver en el medio literario o el de opinión, ahora es cuestión de una buena estrategia de marketing digital y en poco tiempo puedes ser una estrella del medio electrónico. El escritor dependía de una editorial, ahora ya puede intentar en Amazon (que venda es un asunto muy diferente) los 15 minutos de fama de todos son muy posibles gracias al internet. En el teatro y la televisión igual hay cambios, aunque siguen existiendo las salas de teatro donde seguirá gente yendo a ver una buena obra en cartelera, también hay canales digitales donde emiten las obras sin tener que salir de casa, la televisión va por el mismo camino con lo que los grandes medios televisivos tienen que andar eternamente en la búsqueda de aprovechar los nichos comerciales que por diversos se hacen más complicados.

Las ciencias no se quedan fuera, cada día los ordenadores son más potentes y baratos, la información está a la mano de manera mucho más simple que hace 20 años cuando la internet no supuraba tanto conocimiento como hoy día. En ese particular no me atrevo a especularsin embargo veo cercano el momento cataclismico cuando algún científico pueda comprobar que al final todo lo que damos por sentado no es más que la fantasía de la psique colectiva, muy lejos de aquella Matrix de la película pero más cerca de Arthur C. Clark con “2001, odisea en el espacio” , nadie sabe si alguna vez el dogmatismo desaparezca y con el buena parte de las miserias de la humanidad, por mi edad difícil que me toque verlo, cuando menos mis nietos sí y con ellos la existencia misma de la raza humana sea menos egocéntrica y acepte su minusvalía en la inmensidad del espacio donde este planeta flota. 

En alguna parte leí que la mejor forma de conocer la historia es leer la literatura que muestra aquellos añospues los escritores por lo general no tienen que defender a nadie y sus personajes tienen vida propia. Ojalá hubiese forma de saber que se escribirá en el futuro a ver dónde termina tanto cambio digital y si estos traen algún cambio de fondo en lo humano pues tengo la impresión de que más allá del despliegue informático aún no hay nada nuevo bajo este sol.

José Ramón Briceño

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