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NIÑAS Y FÚTBOL.

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Todo va a ser fútbol a partir de esta semana. Ya se dejan caer pesadamente, y en todos lados, las fotos de los ‘ratoncitos verdes’ –bautizados así por el cronista deportivo Manuel Seide, en los años setena- con Peña, con vedettes de moda, con trajes Armani, con sonrisas y facha de triunfadores. Ya después regresarán como siempre, derrotados, millonarios, cínicos, premiados por su inoperancia a pesar de que el ‘líder nato’ les conminó a traer la copa. Otros Videgaray.

Pero, por desgracia y para vergüenza de todos, en el mundo entero hay otro negocio millonario mucho más pernicioso que el fútbol y la alienación que este produce. Hablo de la prostitución infantil.

Brasil ha invertido miles de millones de dólares en la construcción y renovación de estadios en las 12 ciudades que serán sede de los juegos del mundial. La prensa nos ha compartido las angustias del gobierno para sacar adelante este compromiso y en contraparte hemos visto una cantidad de personas enfurecidas por sentirse apartadas de tanta riqueza.

Alrededor de estos magníficos estadios están las favelas, esos cinturones en donde abunda la miseria, la drogadicción y la violencia que han generado una prostitución ominosa, fatal para la vida de cientos de miles de niñas y niños que son obligados por las circunstancias, por sus propias familias y amenazados por proxenetas.

 No bastan los más de tres millones de dólares que el gobierno ha destinado para luchar en contra de este flagelo, no basta la ‘limpieza’ que recorre las favelas para sacar momentáneamente a pandillas y narcotraficantes, tampoco bastan programas de protección a la niñez.

 Y quieren tapar el problema masacrando pequeños niños  indigentes para hacer lucir un país aséptico, moderno, atractivo para las inversiones millonarias que quieren tener su dinero de regreso de manera inmediata. Promotores insensibles que no ven los problemas que provocan.

Incluso el Ministerio de Salud removió de su página web un mensaje que decía “Soy feliz siendo prostituta”, como parte de una serie de campañas más amplias acerca de las enfermedades de transmisión sexual y que buscaba reducir los prejuicios contra las trabajadoras sexuales.

En todo caso, el mundial demuestra las enormes carencias sociales en un Brasil de samba y hambre, de industrias y miserias, de riqueza y pobreza humanas, contradictorio, doloroso. Es la fábrica donde la prostitución comienza.

 Críticos y activistas llevan a cabo una campaña permanente para indicar que esta inversión está invertida, es decir, se gastan impresionantes cantidades para el disfrute del balón pero no se ven las carencias o no se quieren ver. No existen políticas coherentes para enfrentar el problema que sin duda va a ser peor, debido al crecimiento del turismo sexual. Brasil está en el denominador común del machismo enfermo, mientras que las niñas brasileñas son la expresión más baja de la brutalidad imperante del sistema. Las niñas del mundo.

Muchos de estos niños y niñas ven a sus familias involucradas en este negocio. Abuelas, madres y niñas recurren a la prostitución. Es una manera normal de vida. En Recife como en cualquier otra ciudad pujante, se calcula que una de cuatro infantes se prostituye. Se ve como una normalización social porque es cotidiana, familiar, de mejora económica para muchas familias. Es visible, endémica y creciente, según Liliam Sá, presidenta de la comisión parlamentaria sobre la niñez explotada.

“Vamos a recibir a millones de turistas en todo Brasil, algunos de los cuales vendrán acá con una idea preconcebida sobre Brasil que les fue vendida: que el sexo con menores es fácil” Un evento mundial de esta naturaleza expone las falencias que las sociedades modernas no quieren ver pero que ellas mismas provocan, amparan y consienten en el seno de las naciones que buscan un desarrollo más equilibrado. México no es la excepción.♦

Enrique Velasco Garibay

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