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Una Mentira

El movimiento teatral del Distrito Federal es particularmente intenso. Encontramos de todo en esta interesante profusión. Bueno, malo o regular; comprometido y desapasionado; aparentemente puro o sin rigor academicista; esfuerzos gigantescos  y generosas improvisaciones.

El viernes 19 de noviembre asistí a la función de Una Mentira, una adaptación escénica de la novela de Jennifer Clements (1960, Greenwich, U.S.A.) titulada, Una historia verdadera basada en mentiras, con dirección de Mauricio García Lozano y escrita por Ximena Escalante.

En la novela de Clements, editada por Anagrama, se le da voz a tres mujeres de manera conmovedora. Leonora, una indígena de muy baja condición social y empleada del servicio de la casa O’Conner, que es abusada sexualmente por su patrón; la señora O’Conner, la dueña, y Aura , la hija menor de la familia, y quien desconoce su real origen, eje central de la trama.

La obra de teatro es algo más que una ilustración exacta de la buena novela. Es una visión breve pero verídica, con la suma de meditaciones y presentimiento del mundo social y moral, del alma y de la tierra que integran el México de los años 50 y 60s. Exhibe “Los secretos de una casa burguesa, la vida cotidiana de tres trabajadoras domésticas, el tormento de una esposa obligada a convivir con la amante de su marido y la precocidad de una niña que descubre la mentira de su origen”. Huelga decir que el drama nos transporta a los actuales abusos de poder.

La precisión del trabajo de la escritora de la obra es ejemplar. El guion, que parece un melodrama de Televisa, se convierte gracias al buen talento de Escalante, en la más certera realidad. Igualmente serio y de gran calidad por su rigor y eficacia, es el trabajo acometido por el director y el elenco, becarios del Sistema Nacional de Creadores, que parece planeado como en una partitura orquestal, donde se obedece al oído y a la guía del maestro.

El escenario es muy simple. Un mueble de cocina giratorio con numerosos compartimentos y un gran árbol al fondo que plantea un desarrollo dinámico de los diferentes actos, y que facilita las sucesivas escenas del drama. Además la presencia sonora de tríos, boleros y fragmentos de programas de radio y televisión, acompañados de un excelente vestuario, hacen que la obra cautive poco a poco y se vaya uno rindiendo ante un buen trabajo teatral, probo y sin fallas.

Pocas veces se encuentra uno con un grupo escénico que comparta toda la elación de la obra y el montaje con la unanimidad de la Compañía Nacional de Teatro, que es “La asociación  de trabajadores de las artes escénicas” y que tiene como finalidad la “Creación y difusión de un repertorio teatral estable, dinámico y plural”, desde el año 2008. La gran maquinaria puesta en marcha y la eficacia del resultado dan innegable prueba de la fe que los anima y de uno de sus postulados, “El teatro es un bien cultural, público, de eminente vocación y social”.

Ante esta obra de doble moral, de crudeza y con un inesperado y trágico desenlace, el público ha respondido unánimemente, convencido y conmovido aplaude frenético y generoso.

Esta obra teatral, y todo lo que hay detrás de ella, se convierten en punto de referencia para el análisis del movimiento escénico en México, y forman parte de una vigorosa experiencia que no nos desilusióna del trabajo teatral que se realiza en Colombia. En próximas oportunidades comentaremos algunas otras obras.♦

*William Alberto Salazar hace parte del staff editorial de Interference Channel desde el 2014. 

calumnista

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