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“Picnic en el campo de batalla”

Después de que uno ha caminado por la obra de un hombre excepcional, pierde el derecho de sorprenderse al topar, más por accidente que por acción deliberada, otros datos que justifiquen, si se puede aún más, el alelamiento producido años atrás, en las lecturas de la primera agitada y desconfiada juventud.

Fernando Arrabal es una personalidad atrayente, profunda, luminosa. Su obra, la construcción de su mundo, es fabulosa y trágica, y a la par es un mundo que hemos ido querenciando en las repetidas lecturas, con la calidad vecindad de sus personajes y su entorno, porque los hombres que lo habitan son asaltados por la misma carga de violencia, las mismas preocupaciones, temores, pasiones y locuras que los hombres colombianos.

En sus obras, escritas a propósito de la guerra civil española, hay mucho del niño soñador y alegre que vio destruidas su familia y su patria.Del niño que encuentra placer en sus heridas y en las heridas de los demás. De la venganza que genera la crueldad de la violencia. Del huérfano que busca a Dios y a su definición y nunca la encuentraen medio de la general falsía. Un Dios que se evade, que no cumple, que comete fallas.

En el mundo de Arrabal la sociedad tiene o bien una máscara religiosa o política o mercenaria, de marioneta de derecha, de izquierda o de centro, que devora criaturas y se deja devorar por ellas. Y todo siempre en medio de una guerra sin cuartel, una guerra imbécil y terrible.

El lunes pasado me llegó por detalle generoso del internet, un video de un nuevo programa de la TVE, en su franja de Late Show, “Alaska y Segura”, en el que invitaron al afamado escritor a conversar con ellos. Según leí, después de ver el programa, en la página web de la cadena Ser, a los pocos minutos su nombre ya se había convertido en trending topic. Y es que Arrabal, “a sus 82 años, sigue siendo una fuerza de la naturaleza incontrolable delante de una cámara. Intentaba Alaska reconducirlo tras cada pregunta, solicitándole respuestas breves, pero Arrabal se levantaba y vagaba por todo el plató buscando una cámara que no hallaba para explicar sus teorías y experiencias vitales, yéndose por los cerros de Úbeda tras cada pregunta de Alaska.”

Arrabal, como persona, y en su obra vasta y variada, prosa, poesía, cinematografía, teatro y ensayo, incita y blasfema. Su rebelión es la de un gran enamorado. Y sus amores son Dios, su país y su familia.

Ver a Arrabal me hizo meditar en su obra y sobre aquello que transmite. Y me tocó, de nuevo me tocó, en la vena rebelde, comunera y santandereana, que es lo mismo. Y al hacerlo encontré, aún vigoroso y más urgido, el mandato de superar el medio, los instrumentos, los esfuerzos, el conocimiento y la esencia de nuestro ser, con sus principios y fines, para avanzar, tomar altura y alcanzar la paz colombiana, sacrificando egoísmos e individualidades y así fortalecer nuestra raza, nuestro pueblo, nuestra nación.

No podemos negarnos a penetrar en la realidad colombiana, tal y como se presenta, no la vendida a través de las imágenes de tanto periódico y politiquero que se creen “redentores” de Colombia o los brazos justicieros del Dios de los cielos. Hemos de disolverla, descomponerla y pensar luego en reconstruirla a través de la tolerancia.

Cuantas veces no he querido encontrarme a Arrabal, y tantos otros, en la mesa inmediata del café o a mi vera en cualquier noche fría de caminata solitaria y silenciosa, para escucharle decir una y otra vez:

“Cuando uno guarda para siempre las imágenes de la muerte brutal, incomprensible; cuando uno ha visto las casa y los campos convertidos en ruinas, puede afirmar que el solo hecho de vivir es subversivo”♦

Alberto Salazar Castellanos

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